Vuelve El depredador esta vez bajo la dirección de Shane Black, guionista de la saga Arma Mortal.
La historia comienza cuando la nave de uno de los depredadores cae en la Tierra. El lugar de aterrizaje coincide con una operación militar llevada a cabo por Quinn McKenna y su equipo. Todos son asesinados por la criatura menos el protagonista.
Mientras es transportado por una organización que trata de ocultar los hechos ocurridos, Quinn y un grupo de lunáticos soldados se verán envueltos en una lucha por su vida. Los acompañará la doctora Casey Bracket que investiga la mutación del ADN de los depredadores.
La saga de El depredador nunca se caracterizó por pretender ser más de lo que era. Un grupo de machos alfa con frases estereotipadas y un entretenimiento de sábado de superacción.
Con o sin carisma, tanto Arnold Schwarzenegger, Danny Glover o Gary Busey ponían su personalidad a la estructura de un personaje básico pero efectivo para la saga. El problema de esta nueva versión es que Shane Black, gran guionista, asiduo a la creación de personajes atractivos e inolvidables (su última película Dos tipos peligrosos mostró una gran química entre Ryan Gosling y Russell Crowe), no logra hacer empalizar ninguno de sus protagonistas con el espectador.
Olivia Munn como la doctora Bracket no encuentra su fundamento salvo el de transformarse en una heroína de acción más rápido que cualquier lógica. Como es habitual en películas de monstruos, termina siendo el depredador el que logra más impronta hasta el punto que queremos que gane y cumpla su objetivo.
Otra característica de su director es el humor, ácido e irónico. En El depredador hay una docena de chistes, pero ninguno funciona al nivel que pretende y el público sólo va a esbozar una sonrisa con las escenas más gore del film.
Finalmente la acción es lo único estable en la película. Hay varias secuencias muy bien logradas. Un poco trilladas o comunes dentro del género pero efectivas.