Shane Black no defrauda. Sea un proyecto original o uno parte de una franquicia, el hombre tiene un estilo propio que es capaz de inyectar en cada cosa que encara. En esta oportunidad tenía una parada difícil, dado todo lo que conlleva acercarse a Predator. El inoxidable clásico de 1987 no envejece, con lo que es difícil traer algo nuevo a la mesa. No hubo falta de intentos, con una fallida secuela en 1990, dos malos crossovers con Alien y un aceptable reboot en el 2010, de la mano de Robert Rodriguez. La tarea que se propone el director no es menor, con esto que ha llamado una secuela inventiva. Dado que la franquicia tiene una rica mitología a la que recurrir, él decide abordar esta nueva entrega como una continuación que reconoce el canon y sobre la que es posible seguir construyendo.