El desarmadero se vale de los recursos del thriller psicológico y el cine de terror para abordar asuntos espesos que logra anudar con criterio: la rigidez de algunos tratamientos convencionales en el área de la salud mental y la crudeza con la que se han naturalizado las desigualdades entre los que están dentro y fuera del sistema, un efecto colateral del desarrollo de la economía que cada vez es menos cuestionado. Están los vivos y están los muertos, que son los que no pueden consumir nada, se dice en esta película oscura y pesimista de Eduardo Pinto (Palermo Hollywood, El corralón, Sector VIP) que plantea su propio micromundo sensorial: el uso de diferentes lentes, los tipos de encuadre, los movimientos de cámara y la edición están pensados para generar un clima inquietante que se sostiene a lo largo de toda la historia.
Para el protagonista -un Luciano Cáceres muy decidido a la performance intensa- es imposible escapar de los fantasmas de un pasado traumático: no puede morigerar con ningún cóctel químico el dolor de una reciente desgracia familiar que lleva todo el tiempo como un carga insoportable sobre los hombros y tampoco logra reintegrarse a la dinámica social ,porque fuera de los protocolos fríos del psiquiátrico, también se respira demasiada hostilidad. Las enormes pilas de chatarra que lo rodean en su intento fallido de reinserción son el escenario amenazante, casi distópico que prefigura la tragedia.