Bruno (Luciano Cáceres) supo ser un reconocido artista plástico con una familia feliz que conformaba con su esposa (Clara Kovacic) y su hija (Amelia Cáceres Currá). Pero sobrevino la tragedia y con ella el descenso a la locura. El protagonista terminó internado en una clínica neuropsiquiátrica, dejó de pintar y se convirtió en un alma en pena. Cuando finalmente le dan el alta, opta por la soledad más absoluta y pasa a ocuparse del desarmadero de autos del título del que es dueño su amigo Roberto (Pablo Pinto).
Mientras pasa las noches en una diminuta casa rodante, debe lidiar con una familia de ladrones liderada por un marginal interpretado por Diego Cremonesi que suele irrumpir en el predio, pero sobre todo con su precaria salud mental. Crisis que se ahondará cada vez más cuando deje de tomar su medicación e inicie todo tipo de alucionaciones y viajes mentales que lo lleven al más allá, al mundo de los muertos.
El prolífico director de Palermo Hollywood, Dora, la jugadora, Caño dorado", Buen día, día, Corralón, Natacha y La sabiduría apela a su habitual hiperestilización visual (en este caso con mucha steadycam y abuso de drones con encuadres cenitales) para narrar una historia de terror piscológico en el que se destacan, además de la fotografía, la esforzada actuación de Cáceres y la locación principal (el desarmadero). Sin embargo, más allá de algunas tomas muy vistosas y ciertos climas sugerentes, la película se pierde entre recursos remanidos, lugares comunes, subrayados y clichés (narrativos, visuales, dramáticos y hasta sonoros) propios del cine de género más convencional.