"El desarmadero", fantasmas en el laberinto.
Entre el thriller psicológico y el terror, el realizador argentino sitúa a un paciente psiquiátrico en un ambiente por momentos claustrofóbico, pero sin perder de vista una realidad de ctrisis y marginalidad.
“No estoy loco, estoy solo. Y no quiero estar más así”, responde Bruno cuando alguien lo acuse de andar por la vida con los patitos fuera de la fila. Lo cierto es que hay motivos para pensar que la locura anida en ese hombre que aún siente en carne viva el dolor por la pérdida de su mujer y su hija en un accidente de tránsito. Un dolor que intenta purgar a través de cuadros cuyos trazos dialogan de forma directa con su fragmentación mental. Esa fragmentación lo llevó a pasar un buen tiempo en un hospital psiquiátrico del recibe el alta por parte de su doctora (Malena Sánchez) en los minutos iniciales de El desarmadero, que llega a la cartelera comercial luego de su paso por una de las secciones paralelas de la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
cuidar los hierros retorcidos y rescatar de entre ellos todo lo que pueda revenderse. Sencillo, pero también lo suficientemente solitario para enfrentarlo con sus peores fantasmas. Lo de fantasmas es literal: noche a noche se despierta sudado y agitado a causa de las pesadillas que involucran a su mujer e hija, las mismas a las que ve –o creer ver– entre los autos que dominan la geografía de esa locación del conurbano bonaerense que la fotografía de Fernando Lugones, en asociación con la cámara flotante de Pinto, transforma en lúgubre y laberíntica, como si fuera una prolongación de la cosmovisión de Bruno.
Pesadillas que de tan recurrentes empujan al relato hacia una circularidad de la que por momentos le cuesta salir. Quienes rompen con ese loop son los integrantes de un grupito de delincuentes que cada tanto se dan una vuelta por el desarmadero y a los que Bruno enfrenta con particular encono. Es, pues, una guerra entre descastados, entre un paciente psiquiátrico sin contención y esos jóvenes para los que el bienestar es una quimera. El desarmadero, entonces, como una película en la que resuenan los ecos de un presente permeado por la crisis y la marginalidad.