AMAGOS DE UNA PELÍCULA DIFERENTE
En El desarmadero, el director Eduardo Pinto ensaya un relato de terror psicológico que proviene, si nos vamos muy atrás en el tiempo, de la tradición de los cuentos de Poe, acerca de un hombre acechado por los fantasmas de su pasado. La película trabaja la no determinación entre dos posibilidades: que estemos viendo lo que ocurre desde un punto de vista no confiable o distorsionado y la realización de lo sobrenatural como componente del verosímil. Juega, entonces, con las expectativas del espectador. En este caso, nuestro POV es Bruno, protagonista de la historia, quien luego de sufrir un evento traumático y pasar un tiempo en un hospital psiquiátrico comienza a trabajar como sereno en un desarmadero de autos. Se trata de un planteo algo formulaico, no solo desde lo narrativo sino desde los procedimientos y el lenguaje audiovisual que se utiliza para contar lo que ocurre.
Sin embargo, la película nos plantea otra arista más interesante desde la construcción del espacio. El desarmadero como lugar funciona bien en dos sentidos: uno simbólico, en tanto metáfora de la mente del protagonista, y otro literal: la captura de sus componentes materiales y visuales, por la que se cuela una veta casi de crítica social que no llega a convertir a la película en cine de denuncia pero que sí lleva adelante una representación de “lo marginal” en un sentido, a priori, positivo. Aclaro, porque esta palabra, o más específicamente su carga referencial, se encuentra asociada popularmente a la exitosa serie que también escribe y dirige Pinto. Y hay que decir que si bien los elementos que hacen a “lo marginal” en El desarmadero no siempre establecen relaciones de sentido con los motivos principales del relato (se podría llegar a discutir que funcionan como un subplot sin mayor trascendencia o hasta una excusa narrativa algo vaga para llevar al protagonista a ciertos momentos dramáticos), no se repite acá el tratamiento estereotipado y casi de exploitation que se ve en el programa televisivo.
No. Hay en El desarmadero algunas cuestiones vinculadas no solo a lo escenográfico sino también a la construcción del espacio desde los planos y movimientos de cámara que amagan a una posible vinculación entre el aspecto literal y el simbólico del lugar donde vive y trabaja Bruno. Casi un cruce entre verosímiles que confundiría lo real con lo fantástico y lo interior con lo exterior, o exploraría con mayor profundidad los posibles nexos entre estas dos facetas.
Pero lo cierto es que la película juega con estas cuestiones, muestra puntas interesantes, pero al final triunfa el relato convencional, imitativo del modelo estadounidense, en el que lo sobrenatural cumple un rol predecible, sencillo, hasta cómodo. Desde ese momento al espectador no le queda mucho más que esperar lo que sabe que vendrá y dejarse llevar por ello.