La ley del deseo
A la hora de inscribir a El desconocido del lago dentro de un género, hay que inventar la categoría policial dramático, o drama policial, con la gran virtud de que atrapa tanto por la trama de suspenso como por la humana. Es una película sobre el deseo, la soledad y las relaciones amorosas, con dos ingredientes inusuales: un crimen y una importante dosis de sexo explícito entre hombres.
Como en Cruising, aquel filme de William Friedkin de 1980, Alain Guiraudie nos muestra el submundo del levante y el sexo casual homosexual. Pero aquí todo sucede en un bosque y una playa junto a un lago; un hermoso entorno, muy bien fotografiado, que neutraliza la sordidez de la situación. Nada sabemos de los personajes más allá de lo que dicen y hacen en ese lugar, en días de verano que parecen siempre el mismo. En apariencia, nada cambia: la rutina es estacionar el auto, bajar a la playa, desnudarse, y buscar un compañero -o varios- para acostarse en el bosque, a menudo sin haberse dicho ni los nombres.
En ese marco, Guiraudie -también autor del guión- va creando un clima propicio para reflexionar sobre los mecanismos del deseo. Y las conclusiones van más allá del mundillo homosexual retratado. Lo que plantea es cómo el deseo puede ser un motor que no se detiene ante nada, ni siquiera cuando el sujeto deseado es inmoral. Y cómo el peligro puede ser un poderoso estímulo; cómo aquél que es inasible y elusivo puede llegar a ejercer una atracción irresistible; cómo el temor a la soledad es el miedo que suele prevalecer por sobre los demás, incluso sobre el temor a la muerte.
Es notable cómo todos estos temas, lejos de quedar eclipsados, se potencian por el elemento policial de la película. Que introduce un gran personaje: un desgarbado detective que funciona como la mirada heterosexual cuestionadora de ese submundo gay que hasta el momento del crimen parecía el reino del perfecto hedonismo.
Si con La vida de Adèle los heterosexuales aprendimos cómo son las relaciones sexuales entre lesbianas, con El desconocido del lago aprendemos cómo son entre los gays (eso sí: siempre entre gente hermosa; la transgresión todavía no llega al extremo de exponer el sexo entre los feos). Más que narrativo, el objetivo de las largas, excesivas y explícitas -casi pornográficas- escenas eróticas parece ser provocar y derribar definitivamente los tabúes del cine masivo sobre el sexo en general y el sexo gay en particular. La cantidad de órganos masculinos que se ven parece estar diciendo: “¿Ven que no pasa nada por mostrar esto en una película? Es sólo otra parte del cuerpo humano”.