El cine según Guirardie
El desconocido del lago (L’inconnu du lac, Francia/2013). Guión y dirección: Alain Guiraudie. Con Pierre Deladonchamps, Christophe Paou, Patrick D’Assumçao y Jérôme Chappatte. Distribuidora: LAT-E. Duración: 97 minutos.
Por Gastón Molayoli
Los mejores policiales son aquellos que pueden integrar en su desarrollo narrativo las características del espacio donde transcurren. Una ciudad, por ejemplo, puede ser no sólo el escenario de un crimen sino también uno de sus elementos causales: la mugre, el ruido y el tráfico podrían acentuar el carácter inestable de un personaje y empujarlo con más facilidad a realizar un hecho criminal. En El cine según Hitchcock, el director norteamericano sostiene -desde el orden cerrado que caracteriza al mejor cine clásico-, que hay que aprovechar todo lo que aparece en la pantalla o se sugiere fuera de ella, desde los grandes espacios urbanos hasta los detalles más insignificantes de una habitación. Si la historia transcurre en París, algún lugar de la ciudad debería funcionar narrativamente y no sólo como escenario (para un ejemplo contrario vean cómo los directores que no entienden esta suerte de requisito incrustan con obscenidad la Torre Eiffel en cualquier momento de la trama).
Alain Guiraudie comparte la pericia de los grandes autores. En las primeras escenas de El desconocido del lago nos brinda las coordenadas dentro de las que se moverá la historia: vemos a un hombre (luego sabremos que se llama Franck) que estaciona su auto, camina unos metros a través de un bosque, llega a una playa nudista donde sólo hay hombres, se mete a un lago y se pone a nadar. Al estacionamiento, al bosque, a la playa y al lago, se vuelve una y otra vez. En las primeras ocasiones para darle forma a un paraíso en el que la luz del sol, el agua del lago y la textura de la arena sirven de escenario para que un grupo numeroso de hombres se encuentre, tenga sexo o converse.
Cada uno de los espacios está signado por una lógica distinta: el estacionamiento, por ejemplo, marca el paso de los días. En el entramado del bosque, donde coquetean la luz y la oscuridad, los hombres cogen y observan. La playa es el escenario del levante, punto de encuentro y de partida que termina en el bosque. Pero la playa también es el escenario de la conversación. En ese lugar Franck conoce a Henri, un leñador heterosexual y recién separado que disfruta del paisaje sin sacarse la ropa. En algún momento de su vida participó de orgías junto con su ex
mujer pero no entiende cómo puede ser que un hombre esté únicamente con otro hombre. “¿Nunca estuviste con una mujer?”, le pregunta sorprendido a Franck. El vínculo entre ambos no puede definirse fácilmente como una amistad; existe una atracción mutua, pero surge menos del contacto físico que de las palabras.
Hogar de peces casi mitológicos como los siluros -que según Henri pueden alcanzar los cinco metros de largo-, el lago es el escenario de la muerte. Una tarde, Franck observa desde el bosque la manera en que Michel, hombre del que siente una fuerte atracción, nada junto con su amante y la manera en que, en un momento dado, lo ahoga. Filmada como la secuencia cumbre de La ventana indiscreta, la escena genera un contrapunto perfecto: Franck permanece escondido entre los árboles, asustado como James Stewart en su departamento, mientras que Michel sale del agua con la calma de un profesional. El hecho no hace más que profundizar la atracción, atravesada tanto por el placer como por la muerte, que Franck siente por Michel.
Los lugares que el director elige para ubicar la cámara y el tiempo que le dedica a cada plano generan, por un lado, una integración notable del espacio: conocemos, sin preciosismo, todos los rincones de esa playa idílica. Por otro lado, nos permiten comprender hasta qué punto los personajes están alienados, hasta qué punto no pueden compartir la misma perspectiva. Quizás por eso, uno de los grandes méritos de la película sea la manera en que muestra la relación entre Franck y Henri, dos personas que comparten un código como si se conocieran desde hace mucho tiempo. La mirada de Guiraudie no celebra el paraíso que muestra pero tampoco le impone una moral. Una película de ostensible belleza que integra los cuerpos en el espacio que habitan.