El cine industrial español entrega thrillers a un ritmo que pocas filmografías pueden imitar. Es evidente que guionistas y directores tienen muy aceitados los mecanismos del género, que entienden de ritmos, de tempos narrativos y de cómo sorprender al espectador con distintas vueltas de tuerca. Los problemas surgen cuando el guión se limita a encadenar una vuelta tras otra.
El desentierro parte de una idea varias veces vistas pero no por eso a priori poco atrapante. Todo arranca con el reencuentro de dos primos (Michel Noher y Jan Cornet) durante un velorio. Ambos dejaron de verse mucho tiempo atrás, cuando uno de ellos se fue de España luego de la desaparición de su padre. Un padre cuyo destino es desde entonces una incógnita que ahora su hijo está dispuesto a develar.
A lo largo de la investigación se cruzará con diversos personajes involucrados con su padre (Leonardo Sbaraglia). Como en la multipremiada El reino, todo transcurre en un marco de corrupción y escándalos que salpican a las altas esferas del poder. Pero el director Nacho Ruipérez nunca termina de definirse si el thriller es una manera de hablar de política o si la política es el envase de un thriller.
En esa indefinición se cifra el destino de una película cuyos constantes saltos temporales se vuelven confusos y arbitrarios, al tiempo que hay pocas revelaciones sobre el pasado que no encuentren su correspondencia con imágenes alusivas. Con varios personajes secundarios que desaparecen de la trama sin explicación alguna, El desentierro pide verse con un anotador al lado, cuestión de ir siguiendo el hilo de este caso que, antes que complejo, es rocambolesco.