Distopía encorsetada
El desierto (2014) nos presenta a tres sobrevivientes en un contexto apocalíptico. El realizador Christoph Behl se adentra en un territorio que, en general, se ha construido desde la grandilocuencia. En cambio, elige hacerlo desde un punto de vista minimalista.
Los territorios distópicos son aquellos que nos muestran un futuro desfavorable para el hombre. Tienen notables exponentes en la literatura de ciencia ficción, con autores consagrados universalmente como Ray Bradbury, por citar tan solo uno. El director Christoph Behl explora la distopía mediante el encierro de Axel, Jonathan y Ana; tres jóvenes a los que, por lo visto, cada vez les cuesta más sobrellevar la cotidianidad en el búnker en donde viven. Alguna vez conformaron un triángulo amoroso, o al menos eso deja entrever la trama; ahora, en el presente del relato, Ana (una convincente Victoria Almeida) es la pareja de uno de los muchachos y tiene una amistad ambigua con el otro. Behl –también guionista- complejiza ese vínculo, en virtud de las penurias que los protagonistas deben afrontar a diario. Penurias cada vez más grandes, si se considera el paso del tiempo y algunos imprevistos, como por ejemplo la llegada de una suerte de joven-zombie que muestra los efectos devastadores del afuera.
La apuesta de El desierto es interesante durante los primeros quince minutos. Poco a poco, algunas decisiones argumentales cobran un protagonismo en cierta forma antojadizo. No porque no pueden encontrar una justificación dentro del universo que el film plantea, sino porque devienen redundantes y reiterativas. Tal es el caso de los registros en video que los personajes producen; reflexiones sobre sí mismos o sobre su vínculo con el otro, que –cassettes mediante- van a parar a un cofre que no tardará en traer más conflictos.
Los varones –interpretados por Lautaro Delgado y William Prociuk- cifran una sutil disputa por el cuerpo femenino. Los tres personajes parecen “implotar” en este futuro negro, mientras que la película no se anima a la grandilocuencia y mantiene su tonalidad teatral. Si algunas secuencias logran un crescendo dramático, es gracias a la convicción con la que el trío protagónico asume todo el sopor –el interior y el exterior- que le toca transitar.
Entre debates internos y estallidos que llegan desde el afuera transcurre El desierto, film que pudo haber conseguido más con ese “menos” que grafica en sus 98 minutos, que en verdad parecen ser más. Es un ejercicio de estilo al que ideas no le faltan, pero no todas logran cohesionarse argumentalmente. La estética y las actuaciones hacen lo suyo, pero con eso no siempre alcanza.