¿Y dónde está el terror?
La película argentina juega con el encierro de tres personajes en un bunker de una ciudad destruída por un ataque zombie, pero el clima de desesperación y el suspenso nunca aparecen.
La idea de encerrar a un grupo de personas en un bunker y experimentar con los vínculos que se tejen entre ellos y con el ambiente caótico que se gesta en el exterior es la que impulsa a El desierto, la película de terror del cineasta Christoph Behl, un alemán residente en Argentina desde hace años que además acredita documentales.
Un mundo apocalíptico de un futuro cercano y un departamento convertido en fortaleza, entre nylons y ventanas reforzadas, es el que habitan Ana -Victoria Almeida-, Axel -Lautaro Delgado- y Jonatan -William Prociuk- , tres jóvenes que formaron parte de un triàngulo amoroso y ahora subsisten a duras penas mientras intentan prevenir un ataque zombie que está fagocitando la cuidad.
El trío en cuestión se somete a un modo de supervivencia que también está ligado a la autodestrucción: Ana quiere más aire y sigue ligada a Jonathan, mientras se siente relegado y va completando su cuerpo con tatuajes de moscas a medida que pasa el tiempo, como si se tratase de un nuevo monstruo que habita en su interior.
Lo que alguna vez fue ya no lo es para ninguno de los tres y menos cuando después de una "expedición" al exterior -pocas tomas que muestran un afuera diurno y con fondos desdibujados- traen a un "invitado", Pitágoras -Lucas Lagré-, un zombie de mirada perdida, al que encadenan y contemplan con estupor.
La película intenta preguntarse quiénes son en verdad los monstruos y quiénes los prisioneros en este universo que parece caerse a pedazos y del que sólo llegan disparos y gritos pidiendo ayuda. Una pena que no se hayan aprovechado los diálogos para transmitir inquietud o un clima claustrofóbico que genere suspenso y miedo a partir de la llegada del nuevo invitado. El terror nunca aparece entre videos filmados, olores nauseabundos y un zombie que, a su manera, también pide ayuda.