Lo endógeno versus lo exógeno
El desierto no funciona como alegoría, principalmente porque es una película opresiva, de gran austeridad, que maneja correctamente la tensión irresuelta entre la amenaza endógena y la exógena, es decir que tanto el adentro como el afuera –bajo las condiciones planteadas por esta distopía- son iguales de peligrosas para el inestable orden del trío sobreviviente, quienes tras el desgaste de la convivencia, comienzan a exhibir su lado más humano a la vez que perverso, aspecto que se magnifica a partir de las idas y venidas de un triángulo amoroso convencional.
Que haya zombies, o al menos aparezcan señales de muertos vivientes o personas contagiadas, sin caer en la tentación de la explicación para entrar de lleno en la otredad monstruosa como parte de un contraste donde quedan marcadas las grietas de la degradación humana no es otra cosa que un pretexto porque la columna vertebral de este relato apocalíptico, pseudo existencial, en realidad adopta una reflexión un tanto elemental sobre la incapacidad de sentir cuando el deseo domina a la mente o al cuerpo. Cuerpo que para el personaje de Axel (Lautaro Delgado) necesita ser maltratado y cubierto de puntos que su compañero Jonatan (William Prociuk) a veces ayuda a concretar. Pero el conflicto lo desata Ana (Victoria Almeida), para quien su cuerpo representa un tesoro que no puede ser vulnerado por un acto de voyerismo cobarde, elemento central que dinamiza el triángulo amoroso.
El otro recurso que utiliza el director alemán Christhoph Behl para lograr buenos climas y una atmósfera asfixiante, sin lugar a dudas las mejores credenciales de este fallido film que ha recorrido festivales como el BARS, es el fuera de campo sonoro y el agregado de un diario íntimo a modo de confesionario de reality show, en la que cada vértice de este triángulo comparte sus pensamientos y sensaciones acerca del resto, así como sus miedos ante la amenaza de lo desconocido.