El hombre que sabía demasiado
El cine se basa en mentir, en engañar al espectador constantemente. Por más fiel que una realidad pueda ser representada, siempre estamos ante algo falso, artificioso, cuando hablamos del séptimo arte. Steven Soderbergh sabe muy bien de falsedades, construyó una carrera por demás ecléctica en donde títulos comerciales como la saga de La Gran Estafa o Erin Brockovich se mezclan con experimentos independientes como Sexo, mentiras y video, Full Frontal y el reciente díptico sobre el Che Guevara. Podríamos decir que Soderbergh es una suerte de gran prestidigitador dentro de la industria hollywoodense. Un tipo que mientras se codea con actores como George Clooney y Julia Roberts busca ser reconocido por la comunidad “indie” realizando proyectos personales de bajo presupuesto. Un tipo con una personalidad algo ambigua y ecléctica, cinematográficamente hablando.
Lo que nos pone ante su último film, El desinformante. Con este nuevo trabajo, podemos decir que el director consiguió su perfecto alter ego dentro de la pantalla, el protagonista Mark Whitacre (Matt Damon). En el film, basado en una historia real, Whitacre es un bioquímico de una gran empresa llamada ADM dedicada al mercado de aditivos para toda clase de alimentos. Todo empieza cuando Mark descubre que la lisina, un aditivo utilizado en el maíz, produce un virus que es descubierto por una empresa del mismo rubro en Japón. Eso sirve de punto de partida para que tanto ADM como las empresas competidoras se dediquen ilegalmente a negocios vinculados con el arreglo de precios a escala global. Whitacre parece en principio estar opuesto a estas prácticas, por lo que acepta convertirse en soplón para el FBI y llevar el caso a la justicia. Por ahora todo pareciera llevarnos al camino de los clásicos thrillers conspirativos propios de la década del 70 como Asesinos S.A. o Todos los hombres del presidente, pero hay algo que nos incomoda ¿Qué son esos monólogos internos del protagonista contando datos y anécdotas que nada tienen que ver con el caso principal? ¿Y qué sucede con la excesiva sobreexposición en la imagen, llena de colores fuertes y chillones? ¿Y esa música de fondo más acorde a una screwball comedy que a un thriller?
Todas esas puntas nos van dando cuenta de cierta falsedad, de que lo real ha sido ligeramente magnificado. Será con el correr de los minutos que nos daremos cuenta en dónde estamos parados, y es en la propia mente de Whitacre. Ya desde el comienzo vemos en sus gesticulaciones, en la forma en que maquina su cerebro, que algo no anda bien con este muchacho. Si bien al principio creíamos que era el típico simplón que quería hacer lo moralmente correcto, ya lo veremos en la escena siguiente inventando una nueva historia para ponerse del lado de su empresa y hacer enojar a los agentes del FBI con quienes en principio decidió colaborar. Nunca son claras las intenciones finales que llevan a Whitacre a mentir descaradamente hacia uno u otro bando, lo que sí es sabido es que hay una patología mitómana visible en su comportamiento. Y es así como Soderbergh decide contar la historia de Whitacre, desde la mente del protagonista, con una fotografía saturadísima de naranjas y rojos como colores predominantes, y una música instrumental cortesía de Marvin Hamlish que alterna entre melodías propias de la screwball y acordes salidos de una película de James Bond de la era Connery. Esto le permite a Soderbergh no solo liberarse de las ataduras inculcadas por el género del thriller, sino que lo deja jugar con el espectador, como si se tratara de una versión cómica de Memento, y llevarlo al terreno de la duda y la ambigüedad. ¿Hasta qué punto no es toda la película un simple engaño hacia nosotros, de la misma forma que el protagonista engaña constantemente a sus colegas, a su familia y a las autoridades? Una clave importante para contestar esto último la podemos encontrar en un simple plano de Whitacre en el que mira con gran fascinación la película Fachada, en la que Tom Cruise interpretaba también a un hombre común decidido a desenmascarar las prácticas ilegales de su propia empresa. Para Whitacre todo es un juego de rol, en donde él cree ser el héroe de su propia película. Así, Soderbergh se permite hacer un comentario sobre el papel del cine para crear una realidad ficticia en donde uno puede jugar el papel que quiera dentro de su propio universo.
Finalmente, no se puede dejar de mencionar la actuación de Matt Damon como Whitacre. Damon ya había interpretado en dos ocasiones a personajes que se mueven entre las falsas apariencias con Will Hunting y Tom Ripley. La diferencia que aquí tiene con aquellos personajes es el grado de humor y sinceridad que el actor le entrega a su criatura, convirtiéndolo por momentos en un ser absolutamente entrañable, aún si en el fondo sabemos que en realidad se trata de una pantalla tan falsa como cualquier decorado cinematográfico u efecto por computadora ¿Por qué a pesar de ello lo encontramos encantador? Quizás sea porque interiormente todos desearíamos vivir en el mentiroso mundo de las películas, tal como lo hace él.