"El despenador": un abrazo certero
La nueva película del documentalista de "El francesito" está ligada a la conciencia del fugaz paso por la tierra y a la relación con la inmensidad de la naturaleza.
Podría afirmarse que El despenador es el primer largometraje de ficción de Miguel Kohan, el documentalista argentino responsable de películas como Café de los maestros, La experiencia judía y El francesito, entre otras. Es una proposición difícil de rebatir: el protagonista, Raymundo, un antropólogo en viaje de estudios de campo, está interpretado por un actor, el jujeño Rubén Fleita, y varios de los personajes que se encuentra en el camino podrían describirse, ecuación neorrealista mediante, como versiones posibles de las personas reales que los encarnan. Pero en el entramado narrativo el registro de lo real hace acto de presencia en una serie de entrevistas que Raymundo, interesado en una figura chamánica algo olvidada por las costumbres modernas, lleva a cabo en su derrotero norteño. Así se despliega el dispositivo del film, cruzando permanentemente la frontera entre realidad y creación, aunque a diferencia de lo que ocurre en mucho cine contemporáneo no resulta demasiado difícil separar las aguas escena por escena, plano a plano.
Los despenadores son “personajes andinos cuyo oficio es terminar con la vida de las personas enfermas que no se mueren utilizando la técnica de un abrazo certero, evitando así contagiar la muerte por el aliento, una creencia arraigada en la zona de La Puna en Jujuy”, según afirma la sinopsis oficial. En otras palabras, una posible definición de la eutanasia. En busca de esos rastros del pasado que aún tocan de refilón el presente parte el protagonista, a bordo de un automóvil que conoció épocas doradas pero ahora le cuesta arrancar, preocupado por la escasa señal telefónica y unos estudios clínicos de los cuales, a la distancia, no logra obtener los resultados. Los primeros encuentros con habitantes de la región (la película fue filmada en localidades como Cochinoca, Abrapampa y Salinas Grandes) lo hacen reflexionar sobre las prácticas del “despenamiento”, al tiempo que su voz en off describe estados objetivos y subjetivos, interrumpiendo a veces el fluir del discurso de los entrevistados.
Hay algo tristón en el viaje de Raymundo. Algo que va más allá de los parajes visitados o el estudio antropológico en curso, y es esa melancolía, ligada quizás a la conciencia del fugaz paso por la tierra o a la relación con la inmensidad de la naturaleza, lo que le da a El despenador un aspecto que choca con los posibles prejuicios del espectador. Entre pesquisas y pensamientos, la cámara registra el tradicional Toreo de la Vincha en Casabindo, en el cual los toros nunca son lastimados, y algunas procesiones religiosas donde el sincretismo hizo indiscernibles orígenes y evoluciones, pero también se reserva un par de minutos para una escena inolvidable: el tránsito lento y señorial de un grupo de llamas a través de una ruta, completamente inatentas a la cercanía de un camión, inmersas en su propio mundo, en el cual la necesidad de paliar una comezón supera el peligro de muerte que está siempre ahí, al acecho.