Derrumbe con clase
Hay algo admirable en el cine de los Wachowskis (y en el de M. Night Shyamalan) que tiene que ver con su ambición y su perseverancia. Son directores que van por todo, sin miedo al ridículo… aunque muchas veces terminan siendo víctimas de sus propias pretensiones.
Debo admitir de entrada –para los fans de la saga Matrix, V de venganza, Meteoro y Cloud Atlas: La red invisible– que la “filosofía” de los Wachowskis nunca me interesó, que me parecen siempre demasiado banales y poco inteligentes cuando apelan a la solemnidad y me resultan poco divertidos cuando juegan al cine clase B. En ese sentido, El destino de Júpiter es (mucho) más de lo mismo.
Cuesta entender (y habla bien del poder de convencimiento de los Wachowskis) cómo un estudio de la talla de Warner les dio 175 millones de dólares para filmar un guión como este –absurdo, derivativo, denso e inverosímil por donde se lo mire–, pero al mismo tiempo es casi conmovedor apreciar el esfuerzo, la convicción y el fabuloso despliegue visual con que los hermanos encaran este despropósito.
Mila Kunis es Jupiter Jones, verdadera heredera del trono de Abrasax, una dinastía en problemas en una galaxia muy, muy lejana, pero que vive en la Tierra limpiando baños con su madre de origen ruso. Sí, así como lo leen... Los malvados son tres ambiciosos líderes de aquel planeta como Balem (un penoso Eddie Redmayne, que podría ganar el Oscar al mejor actor por La teoría del todo, pero debería quedarse con el Razzie por este trabajo), Kalique (Tuppence Middleton) y Titus (Douglas Booth). Por suerte para Jupiter aparece por las calles de Chicago Caine Wise (Channing Tatum), un súper soldado renegado y con ADN de lobo (como el Wolverine de Hugh Jackman) para ayudarla y, claro, enamorarla.
Entre temas “importantes” (los Wachowskis están obsesionados, por ejemplo, con la reencarnación) tratados de manera poco menos que risible; citas a Brazil, de Terry Gilliam; y un intento por construir un universo a-la-Star Wars, El destino de Júpiter ofrece, sí, unos cuantos pasajes en los que los directores dan rienda suelta a su estética camp, ese buen gusto por el mal gusto, que se disfruta en plan de placer culpable (¡y en 3D!). Pero eso solo no alcanza. Para comedia de ciencia ficción, mejor regresar a Guardianes de la Galaxia.