La nueva bazofia de los hermanos Wachowski, sobre dinastías intergalácticas y extracción de recursos naturales, además de ser bastante mala por méritos propios, palidece al lado de los estandartes literarios del género, como podrían ser, siguiendo la misma línea, Duna de Frank Herbert y Nova de Samuel Delany. Todo lo contrario al clásico de ambos realizadores, The Matrix, que no tiene nada que envidiarle ni a Neuromante de William Gibson ni a Blade Runner de Ridley Scott, libro y film que popularizaron la estética cyberpunk en los 80s, impulsados por los comics franceses de la revista Metal Hurlant. Pero el nuevo proyecto de la dupla norteamericana es un mamotreto abúlico y kitsch.
La protagonista, Júpiter Jones, es una hija de inmigrantes que ofrece servicios de limpieza en hoteles y mansiones de la ciudad de Chicago, y que un día, como suele ocurrir en la narrativa épica y en innumerables animés, descubre que es una de las personas más importantes del universo, un calco genético de la difunta matriarca de una poderosísima familia intergaláctica. Ahora bien, tras escuchar estas deslumbrantes revelaciones, la reacción de Júpiter, interpretada por una confundida y mal dirigida Mila Kunis, es relativamente apática. Se muestra tan sorprendida como podría estarlo ante cualquier noticia televisada. Es posible que alguna vez, mientras fregaba un inodoro, haya intuido la verdad, pero nada justifica su inexpresividad. Es más, el guion la introduce como una astrónoma amateur, que sueña con su propio telescopio, y sin embargo su periplo espacial no le despierta demasiado interés. Prefiere enamorarse de un hombre al que apenas conoce, en circunstancias poco románticas. Las mujeres, en buena parte del cine, eligen el amor antes que las obsesiones intelectuales.
Los Wachowski olvidan a sus personajes en medio de las reiteradas y predecibles batallas que desencadena el hallazgo de la muchacha. Caine Wise, un militar y cazador galáctico contratado para rastrear a Júpiter, quien se convierte en su guardaespaldas tras una serie de intrigas dinásticas que no intentaremos resumir acá, es el típico héroe rudo que carga con un pasado oscuro. Y los hijos de la matriarca reiteran la figura del villano afeminado, del homosexual sospechoso y perverso. Quizás la intención de los Wachowski es desbaratar un estereotipo homofóbico a través del exceso, de la artificialidad exacerbada. Incluso, si vemos el film en clave paródica, sus aparentes defectos podrían interpretarse como comentarios sobre patrones genéricos. Pero los antagonistas son tan amanerados, las escenas de acción son tan rimbombantes y los diálogos son tan acartonados como los de cualquier otro tanque hollywoodense. Nunca se establece una distancia crítica, como sí lo hacen, por ejemplo, RoboCop y Starship Troopers, de Paul Verhoeven, películas de acción que ridiculizan el jingoísmo y conservadurismo que parecen enaltecer una dualidad comunicada a través de estallidos de violencia y de evidente fascismo que rebalsan las expectativas del público al mismo tiempo que exageran las peores tendencias del género.
El Destino de Júpiter no es, tampoco, un inocente homenaje a los inicios de la ciencia ficción. A pesar de sus imágenes colorinches, de su torpe mezcla de iconografía grecorromana y ambientes extraterrestres, y de sus frecuentes y bienvenidos toques de humor, se trata de una película más o menos seria e intermitentemente solemne. No exuda la liviandad que caracteriza a Star Wars e Indiana Jones, que inauguraron este tipo de espectáculo pochoclero y postmoderno pero que son también abiertamente autoconscientes y lúdicas, herederas del pulp, de antiguos seriales y comics. Treinta y cinco años más tarde, lo que alguna vez fue un juego de referencias culturales se transparentó, y los clichés antes rescatados con fines nostálgicos ahora son un andamiaje convencional que sostiene películas con portentosas ambiciones temáticas.