Nada más que espejitos de colores
Demasiada espectacularidad y muy poco contenido es la propuesta de Lana y Andy Wachowski en El destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015), una película que siguiendo la línea impuesta por el binomio de directores intenta indagar en las profundidades filosóficas de la existencia humana pero solo se queda en la superficialidad del vacío y la nada misma.
Júpiter Jones (Mila Kunis) es la heredera de una dinastía de otra galaxia -aunque ella no lo sabe- que habita en la tierra trabajando de ¿limpiadora de baños? Tres malvados -entre ellos un lamentable Eddie Redmayne- quieren sacarla del medio para así quedarse con su poderío (en este caso la tierra de la que es dueña), hasta que aparecerá en escena Caine Wise (Channing Tatum), un soldado al que le cortaron literalmente las alas, para salvarla de los malos y enamorarla. Esta incosistencia es la historia, aunque cueste creerlo.
Lana y Andy Wachowski siempre se destacaron por su pretenciosidad visual y filosófica. Y El destino de Júpiter no es la excepción. Batallas coreografiadas de una manera increíble, efectos visuales espectaculares, un vestuario y arte que dejará boquiabierto a más de uno, se conjugan con una montaje dinámico que no hace otra cosa que tapar las fallas argumentales de una historia desmesurada que termina siendo tan banal como superflua.
Disfrazando los espejitos de colores con citas filosóficas que no conducen a ningún lado y que carecen de todo sentido Lana y Andy Wachowski son unos grandes montadores de espectáculos visuales, claro está que solo eso. El resto es solo un invento para vestir de seda a la mona. Aunque sabemos que siempre será mona por más seda que le quieran poner. Y para colmo de males aburre de principio a fin.