Éticas de la urgencia
Cuando el ensayista Slavoj Zizek publicó hace unos años un artículo sobre la sensación televisiva 24 le puso de título “Jack Bauer y las Éticas de la Urgencia”. La pregunta que se hizo no fue si estaba bien mostrar lo que ya todos sabíamos, sino por qué se mostraba, precisamente, ahora, y de dónde surgía la necesidad de hacerlo. La misma pregunta debería cerrar el film El día del juicio final (Unthinkable, 2010), firme apología de hora y media a la violencia y la tortura como herramientas de un bien mayor.
En una sala de interrogación se sacan chispas el torturador ‘H’ (Samuel L. Jackson, el policía malo) y la agente del FBI Brody (Carrie-Anne Moss, la policía buena), turnándose para cuestionar al terrorista Younger (Michael Sheen). Su objetivo es hacerle confesar dónde ha escondido tres bombas nucleares, cada una de las cuales estallará en un plazo de cuatro días a menos que cumplan con sus demandas. Negociar nunca es una opción, así que deben hacer carrera con el reloj y sacarle una confesión.
Alejada de la estética que predomina sobre otras películas de símil índole (cámara en mano y un furioso montaje de brevísimos planos), el film adopta un ritmo más clásico, donde la tensión está maniatada a la intensidad de las actuaciones de los protagonistas (en particular Jackson, en el eterno rol de capo, y Sheen como el fervoroso terrorista) y su atmósfera enclaustrada (el escenario default es precisamente la sala de interrogación).
La lógica del policía bueno/malo domina la estructura de la película. Las escenas se suceden de la misma manera –el turno de ‘H’, el turno de Brody, ‘H’ da cátedra a Brody de cómo torturar a un prisionero, y repetición. Su lógica es la de la película. A veces Younger rompe el hielo y arenga a la pareja pasionalmente. El discurso es de stock, el mismo que todo terrorista capturado en Hollywood repite una y otra vez: váyanse de nuestro país. Claro que nunca se lo acepta como un argumento válido: es el equivalente al ladrido de un perro, el cacarear de un ave de corral. Hollywood sabe el sonido que hacen los hombres con bombas, pero no los entiende. El resultado no puede ser otro que caricaturesco.
No hay margen para la duda, para el debate, para la objeción. Brody es un ser débil y endeble, representación del espectador, horrorizado con ‘H’, cuyos actos de creciente violencia (“impensables”, de ahí el título original de la película) siempre son la respuesta correcta. Describirlos no tiene sentido, ya que la “gracia” es fascinarnos ante su ausencia de moral y manualidades medievales.
¿Por qué sale esta película ahora? ¿Por qué necesita probar un punto, su único punto? Que El día del juicio final milite a favor de la violencia inconstitucional y el terrorismo de estado como “medidas desesperadas, pero a veces aceptables” es un mensaje monstruoso y propagandista, tanto más cuando el discurso de la película es uno solo y recorre un carril rectilíneo e inamovible, que no admite otra opción ni deja lugar a duda. La disidencia no es aceptable, y esto convierte a éste film en un rencoroso sermón y no en el relato de precaución que quiere ser.