¿De qué lado estás?
El día del juicio final logra desactivar al gusto como parámetro para calificarla, porque instala una pregunta demasiado importante: ¿se puede torturar?
Un terrorista norteamericano convertido al islam pone tres bombas nucleares en tres ciudades diferentes de los Estados Unidos, amenaza con hacerlas estallar si no se cumplen sus demandas y se deja atrapar por la policía. Ahí comienza el trabajo del FBI y del ejército para averiguar la locación de las bombas. Samuel Jackson interpreta a un torturador sin límites y Carrie Ann Moss se encarga de la parte moral de la película, como agente del FBI que se opone a los métodos del ejército.
El filme es explícito, el director Gregor Jordan no recurre a ningún eufemismo. Su tesis es que Estados Unidos “también” es eso: una bestia inhumana que es capaz de todo en nombre de la humanidad, una bestia convencida de que el fin justifica los medios.
El asunto es lo que esa película provoca en el espectador: ¿es válido infringir ese sufrimiento en un hombre para evitar el sufrimiento de muchos hombres? Jordan logra construir el suspenso sobre ese debate ético. La acción avanza sobre la base de que mientras más cerca se está del mal absoluto, más permisiva se vuelve la moral de la nación. Hay amputaciones y otras acciones inimaginables, crueles, y hay un final anticipado por la desafortunada traducción del título original (Unthinkable, “impensable”): en el medio, el espectador recibe golpes de efecto y puras preguntas.
El día del juicio final no se estrenó en cines en EE.UU. y pasó directo al DVD. Forma parte (menor, pero parte al fin) de ese cine norteamericano que empezó a hacerse preguntas (básicas, pero preguntas al fin) sobre la forma en la que construyó el liderazgo mundial que ese país ostenta desde hace más de medio siglo.
Después de un atentado en el que mueren 53 civiles norteamericanos, el terrorista dice que no va a sentir pena por las víctimas, porque Estados Unidos mata esa cantidad de gente a diario en Medio Oriente... en otra parte de la película la agente Brody (Moss) intenta parar la tortura y dice “que exploten las bombas, nosotros somos humanos”. La toma final termina el triángulo de tensiones sobre el que la película esboza su propia ética. Para beneficio de su política narrativa, y como el desafío ya había quedado bien planteado del lado del espectador, esa ética ya tampoco importa.