Un video casero llega a las oficinas del FBI, en este se puede ver a un hombre hablando de frente a la cámara perfecto ingles, que dice ser ciudadano estadounidense, llamarse originalmente Steven Younger (Michael Sheen), quien ha decidido adoptar la religión islámica y que además ha colocado tres bombas nucleares en tres diferentes ciudades de los EEUU.
Punto, corte. Las fuerzas de seguridad mueven cielo y tierra, todos son posibles cómplices, todos son sospechosos. Al frente de la investigación se encuentra la agente Helen Brody, (Carrie Anne Moss), legalista desde el primer momento.
Pero la psicosis colectiva se ha desatado. Una verdadera cacería de brujas se esta llevando a cabo en todo el territorio de la “madre patria del norte”.
En ese frenesí los agentes llegan a la casa de Henry Humpries (Samuel L. Jackson). Aquí nos enfrentamos con lo que sería, a la postre, el primer gran problema.
Henry es violentado en su casa, pero el puede reducir a los dos agentes del FBI, sin perder nunca el buen humor y los mejores modales. Cuando llega el resto de la caballería, gente del las más altas esferas del poder les informa que éste buen señor es un “intocable”.
Henry es simpático, sencillo, padre de familia, amable, afable, el espectador compra rápidamente.
Por otro lado nos muestran a Steven como un loco desaforado, que abandonó a su familia, a su patria, que no le teme a nada y que esta dispuesto a cualquier cosa en pos de una idea, sea esta buena, mala, defendible, justificable o no.
El tercer componente del triangulo es la nombrada agente del FBI, no sólo es legalista, también es la única mujer, “madre” del trío en conflicto.
Steven se deja capturar. Ante la negativa de contestar al interrogatorio ortodoxo de Helen, recurren a un experto, y éste es nada más y nada menos que el “simpático” Henry. Un experto por completo heterodoxo en sus métodos.
Todo esto sucede en los primeros quince minutos de narración.
El resto transcurre prácticamente en la sala de interrogatorio, con escenas violentas de tortura. Parecería ser que el filme se interrogara desde distintos puntos de vista, filosóficos, éticos y morales, sobre la justificación o no de estos métodos.
Pero en definitiva, no es así. El cierre de la historia lo instala con un discurso fascista y prepotente.
Por supuesto que a nivel de construcción es muy bueno, típico producto de acción hollywoodense, muy bien filmada, mejor contada, atrapante por el cómo, pero desagradable en lo estético. A esto hay que sumarle el catálogo de golpes bajos que propone y muestra con el sólo fin de lograr empatía con el espectador.
Grandes actores, en algún punto desperdiciados.
Violenta, prepotente y por momentos de mal gusto, podría calificarla de mala, pero en realidad no sería justo, debería inaugurar un no tan nuevo calificativo, “prescindible”.