El día del juicio final

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

La suma de todos los miedos

El film de Gregor Jordan plantea el dilema moral que tiene lugar en un centro de detención, en el que se recurre a la tortura para que un prisionero confiese en qué lugar del territorio estadounidense escondió tres bombas nucleares.

Después del atentado a las Torres Gemelas y el casi inevitable camino que tomaron los Estados Unidos al considerar al mundo árabe su enemigo y al resto del planeta como sospechoso, el cine y la televisión empezaron a producir películas que daban cuenta del estado de miedo y paranoia que impera en la potencia mundial.
En este contexto, El camino de Guantánamo y Standard Operating Procedure –que en la Argentina fue directamente al cable– son sólo dos ejemplos de producciones que abordan la cuestión de la violación de los Derechos Humanos: la primera sobre los prisioneros de la cárcel norteamericana ubicada en territorio cubano y la otra acerca del centro de detención de la ciudad iraquí de Abu Ghraib. Pero fue la serie 24 la que condensó, capítulo a capítulo y en tiempo real, el alarmante desplazamiento moral del país, con el agente Jack Bauer (protagonizado por Kiefer Sutherland) como un psicópata que era capaz de todo, torturas incluidas, en nombre de la “seguridad nacional”.
El día del juicio final destina buena parte de sus 97 minutos al dilema moral que significa emplear la tortura sobre un prisionero para que confiese dónde están ubicadas tres bombas nucleares en territorio estadounidense.
Así, la película muestra un centro de detención donde las garantías constitucionales están suspendidas, al menos para Younger (Michael Sheen), un estadounidense convertido al islamismo, convencido de su causa, que soporta más allá de lo imaginable las torturas a las que lo someten para que confiese al agente de operaciones encubiertas H (Samuel L. Jackson). Por supuesto, el guión contempla un endeble equilibrio con la representante del FBI, Helen Brody (Carrie-Anne Moss), un personaje que funciona como la conciencia crítica de la nación –y del aparato del Estado–, que se opone a la tortura como método de interrogatorio.
Mutilaciones, asfixia, electrocución y hasta la amenaza a familiares del detenido son algunos de los tormentos que se ven en la pantalla; un catálogo de atrocidades que más allá de que podrían estar sólo sugeridos, para el relato resultan efectivos en la lucha contra el terrorismo, en tanto el prisionero demuestra que puede manejar los tiempos del interrogatorio y que sólo con más tortura se podrá evitar que la hecatombe nuclear se produzca.
El día… entonces comienza como una denuncia sobre la violación a los Derechos Humanos, pero después planea hasta dónde se puede llegar para obtener información. Y la respuesta que tiene la película es clara: hasta el final.