Una tortura
Me vi obligada a tomarme mi tiempo al escribir esta crítica para que las ideas decantaran. Decidí alejarme del monitor y redactar esto con tinta y celulosa.
Admito que fui inconscientemente al cine, sin siquiera haber leído una sinopsis y comencé a ver eso que parecía ser una película de acción: un equipo de policías intentando demostrar su eficiencia para descubrir dónde un terrorista había escondido 3 bombas nucleares. Hasta acá nada raro, hasta que nos enteramos de que el “criminal en cuestión” es un ciudadano norteamericano nativo y, para colmo, miembro altamente calificado del ejército de dicho país que se convirtió al islamismo. Podríamos suponer que se está tratando de demostrar que los islámicos pueden lavarle el cerebro a cualquiera pero ¡no señores! En pocos instantes nuestro terrorista se convertirá en una víctima aferrada a sus ideales (y los mismos policías en algún momento admitirán que se trata de un reclamo valido) que será torturado brutalmente para confesar la ubicación de las bombas. El director no se ahorrará ningún detalle, y nos involucrará tanto en la vida íntima y familiar de este personaje como en la de su verdugo (Samuel L. Jackson). Mostrándonos un claro paralelismo entre ambos, percibiremos que en esta historia así como en la realidad no hay malos ni buenos, sino seres humanos que se vuelven simples piezas que obedecen ordenes. Veremos las contradicciones existentes entre todos los personajes pertenecientes a las diversas fuerzas del orden (militar y policial), oiremos las palabras de la agente Helen Brody (Carrie-Anne Moss) “no podemos tolerar que se lleve a cabo la tortura de un civil en territorio norteamericano, la ley no lo permite” pero la tortura igual se llevará a cabo. Las críticas planteadas por la película son varias: por un lado, si no la vemos y si no se lleva a cabo en Estados Unidos, podemos tolerar la tortura; por otro lado se cuestiona el límite de lo que somos capaces de hacer para “salvar vidas”, de lo simple que resulta dejar de lado la ética y los derechos civiles cuando la vida de algunas personas pasan a valer menos que las de otros.
La película lanza una bomba: la crítica a una sociedad que ha tratado de mostrarse como ejemplo para el resto del mundo (a pesar de estar resquebrajándose) y que niega las masacres en los países islámicos o las justifica con la escusa de intentar erradicar células terroristas. La tensión se mantendrá constante y al final nos dejará un revuelo de sensaciones.
En lo que a mi respecta la experiencia fue doblemente inquietante al percibir que la reacciones en otras personas era tan diferente, algunos probablemente quedaron tan consternados como yo, pero no logro entender cómo otras personas hayan podido besarse tranquilamente frente a semejantes escenas o que pudieran reírse continuamente como si existiera algo mínimamente cómico. Supongo que cuando la gente va a ver una película en la que trabaja Samuel L. Jackson espera sólo acción y pasar un rato de entretenimiento, aún así no logro concebir tanta indiferencia. En cierto punto consideré que podría quizás ser excesiva tanta violencia en un film que critica justamente la violencia. Pero entiendo que el objetivo de Gregon Jordan era shockear al espectador y realmente me asusta que en algunas personas ni siquiera esto surta efecto. Probablemente las pantallas nos tienen tan acostumbrados a la violencia que esta se ha vuelto tan cotidiana que podrá pasarnos desapercibida. Quizás nos estemos convirtiendo en espectadores pasivos de nuestras propias vidas, viendo a través de cámaras, hablándonos a través de teléfonos, expresando nuestros sentimientos con emoticones, construyendo muros virtuales y otros reales para no ver lo que no queremos ver y no mostrar de nosotros al resto toda esa mugre que tenemos debajo de esa fina capa de superficialidad.
En El día del juicio final se hablaba de Estados Unidos y de los crímenes producidos por este estado en los países islámicos, pero no debemos alejarnos mucho para encontrar la misma hipocresía en nuestra sociedad.