Las múltiples caras del amor
El prolífico coreano Hong Sang-soo, favorito del circuito festivalero, vuelve a explorar las relaciones de pareja.
Todo empieza como una charla cotidiana más. Son las 4.30 de la madrugada y el hombre ya está desayunando. Su mujer se sienta a la mesa para preguntarle por qué no puede dormir, por qué últimamente sale tan temprano rumbo al trabajo; le dice que lo ve más flaco, que tiene la cara distinta. Una cosa lleva a la otra y ahí, como por accidente, aparece la verdadera duda: ¿tiene una amante?
Filmada en un blanco y negro que tiene una explicación tan incierta como su título, El día después está construida en base a escenas como la inicial: largos diálogos en plano secuencia, registrados por una cámara que hace ocasionales zooms o paneos de un personaje a otro. Conversaciones incómodas, profundas, filosóficas o espirituales, por momentos fascinantes y, en otros, poco creíbles, forzadas: ¿qué jefe le pregunta a una empleada a la que acaba de conocer de qué murieron su padre y su hermana?
Tal vez uno como Bongwan, escritor y editor, seductor serial de subalternas en su oficina, a quien el título de acosador laboral no le quedaría mal. Junto con su esposa y una ex empleada, él es uno de los lados de un triángulo que amaga con convertirse en cuadrilátero con la aparición de una nueva empleada. Más allá de su ejercicio de abuso de poder, el hombre es el eslabón débil de esta cadena, una suerte de pusilánime sensible, manipulado por mujeres más decididas y fuertes que él.
Niño mimado del circuito festivalero, el prolífico Hong Sang-soo -este año presentó tres películas, dos de ellas en Cannes, donde El día después participó de la competencia oficial- recurre a constantes saltos temporales que vuelven confusa a la narración. Pero que sirven para extenderse más allá de ese único día donde se desarrolla la mayor parte de la historia, y de esa manera mostrar tres etapas posibles de una relación amorosa: el principio, con la fascinación inicial del descubrimiento; los primeros tiempos con su alta intensidad pasional; y la decadencia, cargada de reproches, mentiras y una amarga sensación de encierro.