En el Buenos Aires de finales de los años ochenta del siglo pasado, en una escuela dirigida por franciscanos ocurre la muerte de la profesora de catequesis. Una autopsia poco concluyente es suficiente para hacer de la muerte un presunto crimen y del crimen, teñido de la inexplicable casualidad que supone el dibujo premonitorio de una alumna, un misterio enredado en el reciente pasado de la dictadura. El caso sería interesante si no perdiese aguas por todas partes.
Empezando por el guión, la película no se sustenta. La estrategia de dosificación de la información va cambiando a lo largo de la realización alternándose entre la información compartida por detective y público y los momentos en los que éste se adelanta sin pista previa a las hipótesis y deducciones del espectador y se saca de la manga conclusiones sin pruebas evidentes durante la narración. Falla pues la verosimilitud y, consecuentemente, el público se sale de la trama. Elementos forzados y luego olvidados, colocados en escenas exclusivamente para facilitar la explicación de una trama de por sí bastante artificiosa y diálogos acartonados que no hacen fluir con organicidad el relato son otros de los elementos errados en este filme.
Pero sobre todo el exceso. Las tramas excesivas, por su conflicto demasiado enredado y por el número de las mismas, el exceso de casualidades, las excesivas corrupciones de los personajes, los excesivos remarques de pistas -falsas y verdaderas- que hacen anticiparse al espectador en el devenir de la trama y por tanto los aburre por la previsibilidad, las excesivas confesiones y el dramatismo de las mismas... Todo es demasiado: demasiado rebuscado, demasiado complicado, demasiado corrupto...
Y la música es excesiva también. De tanta que hay, tan presente y constante, pierde la función expresiva (o subrayadora, que tendría en el género de suspense) y pasa a convertirse en una simple llenadora de huecos sonoros. Su uso es más televisivo, a modo de cortinilla de transición entre escena y escena, secuencia y secuencia, que cinematográfico.
Tampoco la interpretación ayuda a introducirse en este universo dramático. Actuaciones escasas y teatrales, bastante melodramáticas o telenovelescas que otra vez le restan verosimilitud a la historia. Pongamos por caso la escena en que la profesora de plástica le enseña al detective los dibujos premonitorios que la niña -y cabe señalar que es la única infante que aparece en una película donde el 90 por ciento de los planos son en una escuela- hizo de dos acontecimientos, entre ellos la muerte de la profesora Norma. Además de ser excesiva la gesticulación facial durante toda la escena, hay dos momentos puntuales en los que la actriz mira hacia lo que sería la puerta del aula (en fuera de campo) señalando de tan obvia, ridículamente, que no quiere que la escuchen ni la vean.
Para respetar el final de la película, no entraremos en detalles, sólo añadir que tampoco la resolución del crimen es creíble ni por el móvil ni por la acción física. Y el elemento más original de la historia, la premonición de la niña exteriorizada mediante los dibujos, queda olvidado sin explicación.