Crimen, religión y post-democracia
A veces los realizadores intentan cubrir demasiadas cuestiones en una misma obra, sueñan con una película que se asocie dentro de un género conocido y al mismo tiempo nos hable de otras cuestiones más profundas, las cuales con suerte interpelen a la memoria emocional y el inconsciente colectivo del espectador, en pos de instalar una suerte de reflexión que traspase la barrera impuesta por la ficción. Algunas veces este tipo de obras sale airosa de semejante desafío, y otras veces ocurren cosas como El día fuera del tiempo (Cristina Fasulino, 2013).
Gonzalo Urtizberea (Elsa & Fred, Garage Olimpo) es Morgan, el supervisor de un colegio religioso en una Argentina de 1987 un tanto sobrecargada de referencias a los primeros años de la vuelta de la democracia. Ese es el rótulo de su personaje en el film, el de "supervisor" a pesar de parecer más un policía o detective, una función poco clara desde el inicio. Morgan investiga la misteriosa muerte de una monja en dicha institución, al mismo tiempo que bucea a través de una galería de personajes que poco ayudan a la trama y suman mucho a la confusión general del relato, a saber: una niña misteriosa que a través de dibujos parece anticipar las desgracias futuras, su madre sobreviviente a los centros de detención de la época de la dictadura, la hermana gemela de la madre que es docente de música en el mismo colegio, una suerte de seminarista español con pasado oscuro, el sereno del colegio con hábitos extraños y el monaguillo de la iglesia y su leve retraso mental, entre algunos otros.
Morgan irá conduciendo una suerte de investigación detectivesca al mejor estilo Clue –ese juego de mesa donde debemos descubrir quién es el asesino- desarrollada en base a los testimonios que irá obteniendo de cada uno de los personajes. Podríamos decir que el acartonamiento de las actuaciones de todos los involucrados esta al mismo nivel que el trabajo de Cámara y Fotografía, con encuadres poco inspirados en espacios pobremente iluminados, con poca dinámica y una conformación del espacio a la altura de un corto de estudiantes de cine de primer año, sin ánimos de ofender a aquellos estudiantes que hacen sus primeras armas en este arte. La banda musical tampoco colabora mucho, apenas llena silencios cuando los personajes no tienen nada que decir e intenta mantenernos todo el tiempo en un estado de intriga y misterio que no se apoya en ningún otro recurso formal.
La lentitud con la que avanza el relato -a pesar de hacer más que evidente hacia donde apunta- y los esfuerzos tan evidentes de disparar constantemente pistas que confundan al espectador respecto de aquello que ocurrió realmente con la pobre monja y la resolución del crimen, no hacen más que empantanar una historia cuya resolución carece totalmente de climax o relevancia alguna cuando finalmente llega. Y la cuestión es aún peor cuando nos enfrentamos a un desenlace que termina dejando en un segundo y lejano plano toda esa intriga criminalística que se intentó construir en vano a través de larguísimos noventa y dos minutos, dejándonos con un final que intenta dejar una reflexión –bastante metida con fórceps- sobre los años de dictadura y pos-dictadura en nuestro país.
No, no acabo de arruinarles el final, esto no es un spoiler. Es simplemente la misma información que pueden encontrar buscando la sinópsis oficial del film en cualquier sitio. Daría la impresión que la realizadora fue traicionada por sus propias intenciones, por más buenas que pudiesen haber sido. En su afán de intentar transmitir esa difícil etapa de transición que vivió nuestro país, parecería haber olvidado que su película comenzó contando otra historia, o al menos aspiraba a una bastante diferente, y se perdió por el camino.