Madre Dolores
El día que me muera. Mi gran velorio (2019) es una comedia desopilante e hilarante a más no poder, hasta el punto de no saber qué tan en serio tomar lo que vemos, sobre todo cuando agarra un drama denso como son los problemas familiares entre madres e hijos para generar un hibrido convertido en un eterno gag teatral, de comedia blanca y ligera que si bien alcanza situaciones risibles se queda en un juego sobre la exageración.
Dina (Betiana Blum) es una madre que asiste a clases para superar su trauma a volar. Quiere visitar a sus hijos que viven en el extranjero pero ellos nunca quieren visitarla. Hace de todo por convencerlos para que vengan para una reunión familiar sin éxito. Entonces finge su muerte para que sus hijos vengan por fin a Buenos Aires. Junto a sus amigas arman este plan mientras descubre la historia oculta de cada uno de sus hijos y verá si puede reconstruir la familia.
Si hay algo que llama mucho la atención en este film dirigido por Néstor Sánchez Sotelo es su postura estética. Un estilo televisivo que sigue una corriente muy de moda como es la comedia donde la ocurrencia surge de un diálogo o acción repentina y nada más. Es decir, el ir de un gag tras otro. En esta película, además, los personajes se desenvuelven sobre un mundo impostado donde parece que tiene que traslucirse el hecho de que se está actuando. Dicho así suena interesante, como si uno pudiera ver el artificio de una obra absurda, pero aquí le falta para convertir el recurso en un arma atractiva. Le gana el exceso y solo utiliza el cine como un elemento de cambio de escenario. No aprovecha demasiado la narración visual más que para insertar el humor, demasiado preocupado por el gag, incluso en los inserts que son imágenes oníricas.
No se le puede negar a esta propuesta que presta atención a los personajes. Ante todo los actores tienen nivel para aportar lo necesario, pero la trama se queda en el cruce entre ellos. Es cierto que se está tocando temas importantes como son la separación y fragmentación de la familia, la ausencia de figura paterna y los hijos que emprenden sus propias vidas dejando a sus madres. El drama de la madre que es rechazada por los hijos dentro de una comunidad como la judía en Argentina se queda en un tono ligero, siempre por el hecho de solucionar todo por un comentario sufriente de la madre, y entonces pierde matices. Se queda en lo humorístico propio de cada escena de una comedia sobre la vejez y la muerte. Genera gracia, pero la gracia de un stand up o una revista cómica, donde el humor funciona a veces más y a veces menos. Por ello cuando desciende a niveles de seriedad le cuesta sostenerse y tiene que volver a la sobreactuación. Ahí retoma pero se queda en cierta monotonía.