“DONDE EL MUNDO ES UN CHOCOLATÍN”
La infancia de tres niños nos acerca a un mundo de juegos en el que todo problema se pasa cantando “hay que llamar al lobo”. La espera de la llegada de los adultos está siempre presente, pero ellos se sostienen juntos hasta que llegue ese momento.
No sabemos la causa por la que Fan, Tino y Claa están solos. Pasan los días y siguen sin tener contacto con un adulto. Entendemos que están en su casa, se nota la comodidad y se respetan ciertas reglas ya pactadas. Pero hay un gran silencio sobre esa ausencia. Los más chicos preguntan cuándo llegan mamá y papá, y la más grande les responde que pronto.
Por los objetos y vestuario el film parece situarse entre los 70 y 80. Este periodo en conjunto con un motivo de desaparición desconocida provocará para algunos una línea directa con la última dictadura cívico militar. El cuarto prohibido de los padres también parece un móvil de sospecha. Otra de las causas que lleva a esa interpretación es la espera de los chicos, que no salen a buscar a algún adulto, aun cuando la comida ya es nula. Pero la película no hace aclaraciones, deja a libre interpretación del espectador.
Jugar y mantener la rutina hasta que lleguen mamá y papá es lo que moviliza al film. Y, por supuesto, aquello que genera cierta incomodidad y suspenso. Pero la infancia está cuidada, los observamos a los tres jugar y hacer travesuras. Sólo en pocos momentos, los vemos mal. Ellos están siempre en busca de nuevos desafíos, como si el tiempo no existiera y los días no pasaran.
Claa tiene el rol más difícil, una edad intermedia entre ser niña y adolescente. Es ella la figura adulta en esa casa, conmueve verla cuidar de sus hermanos, pero ese peso no es sostenible. La tensión es inevitable cuando se la ve a Claa siendo, como corresponde, una niña y por ende descuidando a sus hermanos.
La visión a la que asistimos es la de los niños, por eso el tiempo pareciera estar trastocado. Lo mismo pasa con lo que vemos, hay planos generales, pero nunca se puede observar bien la dimensión que tiene el lugar en el que están. La casa que habitan junto al bosque, en el que se sitúa la historia, parece ser un laberinto en el que la inmensidad es una buena oportunidad para el juego, pero también para el miedo.
El día que resistía trabaja con una interacción necesaria con el público. Al no estar los adultos, son los espectadores quienes mantienen en vilo la desesperación porque a ellos no les pase nada. Mientras que los chicos siguen jugando, sin notar gravedad de la situación.
El film está apoyando especialmente en sus protagonistas, los tres con personalidades atractivas y diferentes. Llevan adelante la película arrasando con sus comentarios oportunos y sus peleas contra la rutina. Alessia Chiesa, la directora, logra mostrar con mucha naturalidad la niñez. Los juegos se entablan de una manera muy genuina.