Por detrás de la apariencia de una historia sencilla ambientada en el aislamiento, la penumbra y la soledad de una lejana comunidad rural se insinúa aquí una historia de oscuros miedos y calladas sensualidades, un clima turbio e inquietante que se desentiende de todos los lugares comunes del género de terror. Ni sobresaltos, ni ruidos alarmantes, ni estremecimientos, ni tormentas, ni desapariciones inexplicables. Cero efectismo y mucho menos horror sangriento. Sólo (¿sólo?) un creciente clima de inquietud, derivado no tanto de la evidencia de la enfermedad como de la intuición de su presencia, de una nocturnidad que desliza cierta vaga amenaza sobrenatural sin manifestarla abiertamente, un pálido desasosiego que se cuela no tanto en hechos visibles, sino en los silencios que los envuelven.
En fin, una sorpresa y un bienvenido acierto en un cine nacional que se atreve al terror y lo procura de la manera más ardua de alcanzar en la medida en que adopta los caminos más sutiles, más austeros, menos obvios. Mérito sin duda también del elaborado guión concebido por Josefina Trotta.
El film de Martín Desalvo (Las mantenidas sin sueños) está hecho a pura atmósfera, y esa atmósfera, perceptible del comienzo al fin, es el resultado de la reunión de una suma de minuciosos y esmerados aciertos: del narrativo, que revela la precisa mano del director, al estético (terreno en el que descuella la fotografía de Nicolás Trovato, colmada de imágenes sombrías) y del geográfico y sonoro (la cabaña donde viven padre e hija, el campo y el bosque a su alrededor, la infinita soledad de las tardes-noches, los vacíos del silencio, las palabras breves como los gestos) al actoral, donde además de su elocuencia y su sensibilidad, Mora Recalde y Romina Paula -a cargo de los dos personajes centrales- aportan también el atractivo de sus presencias.
En ese sentido debe señalarse la delicadeza con que Desalvo introduce las pinceladas eróticas, un elemento que no suele estar ausente en las historias de vampiros. Del mismo modo, son de destacar los restantes integrantes del breve elenco, de Luciano Suardi y Pablo Caramelo a la siempre notable Marta Lubos. Y el muy inteligente empleo de la música compuesta por Jorge Chikiar.