El diablo blanco, dirigida por el actor Ignacio Rogers y exhibida en la Sección competitiva Vanguardia y género de la edición 21 del BAFICI, es una película que no le teme a las comparaciones ni a los clichés con los que juega, y aprovecha sus recursos para sumergir a los personajes en una ola de crímenes y situaciones sobrenaturales.
Una ruta. Una pareja -Julián Tello y Martina Juncadella- y dos amigos que en algún momento fueron algo más -Ezequiel Díaz y Violeta Urtizberea- emprenden un viaje hacia el complejo turístico de cabañas que da título al filme y presagia lo peor para sus vacaciones.
Ya las señales de la ruta -tumbas con fotos invertidas- anuncian que el cuarteto de amigos enfrentará situaciones de peligro extremo. A la soledad de los parajes, bien capturados por la cámara, se suma la hostilidad de los lugareños y un extraño ritual pagano que parece perpetuarse en el tiempo.
La película hace referencia al "hombre del bosque", un fantasma que se pasea en busca de venganza desde los tiempos de la conquista y recuerda a varios íconos del cine de terror norteamericano. Quizás mostrarlo más de lo debido le resta al clima asfixiante de persecuciones y misterio.
La trama acumula sangre y una sucesión de muertes que encierran un enigma que los protagonistas deberán desentrañar y que un noticiero desde un televisor explica demasiado. El hilo conductor lo lleva Fernando -Díaz-, el joven que se convierte en el principal sospechoso de esas muertes y también desfilan por la pantalla un policía, la hija del dueño del lugar -Ailin Salas- y una abuela de temer, en medio del bosque que es un personaje más dentro de la inquietante propuesta. Logra momentos de tensión y abre sus puertas para una continuación.