“El diablo blanco”, de Ignacio Rogers
Por Ricardo Ottone
Como actor Ignacio Rogers es una figura conocida y reconocible del cine argentino indie más intimista. Como ejemplo de ello están sus participaciones en las películas de Ezequiel Acuña. Como director llega con El diablo blanco a su primer largometraje (ya había mostrado esa faceta con el corto Sábado Uno en el Bafici 2010). Uno no debería a partir de su curriculum suponer por donde viene su opera prima porque esta no se parece en nada a su filmografía como actor. De lo poco que podemos reconocer de la misma podemos contar la participación de algunas de sus compañeras generacionales y laborales como Martina Juncadella y Ailin Salas, mientras que, a diferencia de otros actores/directores, Rogers elige esta vez quedarse exclusivamente detras de camara.
El diablo blanco es una película de horror rural, ese subgénero que generalmente incluye como víctimas a citadinos incautos en un ambiente de naturaleza que se vuelve amenazante ya sea por el propio entorno, la hostilidad de los locales o de entidades que habitan la zona. O todo eso junto. Aquí dos parejas porteñas van de vacaciones a unas cabañas alejadas en las sierras de Tucumán y una vez allí, acontecimientos desafortunados se presentan: los signos perturbadores, las muertes, los pueblerinos sospechosos, las visiones inexplicables, la paranoia (justificada) y una encerrona que se les hace tan evidente como inevitable, donde intervienen tanto el elemento conspirativo como el sobrenatural que se remonta a tiempos de la colonia y a los habitantes originales del lugar.
Es muy común escuchar o leer a algunos directores provenientes del cine de autor que cuando encaran un proyecto de cine fantástico, policial o de terror sueltan estupideces como “en realidad no me interesa el género, uso sus convenciones para hacer otra cosa”, o peor aún: “lo que trato es de dinamitar el género desde adentro”. Una forma ególatra y miserable de decir que están haciendo cine de género con la nariz tapada. Ignacio Rogers no es de esos. Es consciente de estar haciendo una película de terror y abraza el género con convicción y sin excusas. Lo hace además sabiendo con qué armas cuenta y cómo usarlas, con buen manejo del suspenso, climas logrados, y la capacidad de generar miedo con medios legítimos en vez de trampas conocidas. Si la consigna es un poco de manual y al promediar el film uno podría intuir para dónde se dirige, eso no le resta interés. Se lo agrega además el hecho de adaptar un subgénero como el mencionado horror rural, de antecedentes mayormente anglosajones, y trasladarlo al medio y el lenguaje local de manera natural, haciéndolo creíble y por ende más inquietante
Esta reseña corresponde a la presentación de El diablo blanco en la sección Vanguardia y Género del 21º Bafici.
EL DIABLO BLANCO
El diablo blanco. Argentina. 2019
Dirección: Ignacio Rogers. Intérpretes: Ezequiel Díaz, Violeta Urtizberea, Julián Tello, Nicola Siri, Martina Juncadella, Ailín Salas. Guión: Ignacio Rogers. Fotografía: Fernando Lockett. Música: Pablo Mondragón, Patrick de Jongh. Edición: César Custodio. Producción: Juan pablo Gugliotta. Distribuye: Primer Plano. Duración: 83 minutos.
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