El Diablo Blanco, sólida propuesta de género con una impronta propia y natural.
El cine de género trae sus mejores resultados cuando sus protagonistas están lo más cerca posible del cotidiano del espectador. No hablo de un cotidiano melodramático, sino de los componentes costumbristas necesarios para que este se pueda identificar. En el caso del terror, superar un trauma puede ayudar a desarrollar un mejor personaje; pero si se elige algo más fluido como un grupo de personajes tratando simplemente de hacer frente a una situación que los supera, puede ser igual de nutrido, por no decir incuestionablemente entretenido.
La Personalidad en el género de Terror
El Diablo Blancopropone una narrativa clara, clásica y de género. Naturalismo en sus visuales (del género per se ya se está ocupando el guion), sin copiar el estilo de otros realizadores. Es una propuesta que no tiene miedo de ser simple, que se pone en los zapatos del espectador: no duda en decir que aquí no hay mensaje, simplemente las ganas de contar bien una historia. Donde tanto la curiosidad como la tensión están a la orden del día, y no ceden hasta que comienzan los títulos finales.
Ignacio Rogers es un director que tiene la suficiente seguridad e inteligencia para saber cuándo cortar y cuándo no. Un director que trabaja a conciencia el trazo escénico, que deja que el movimiento interno de los actores determine el tamaño del plano, aprovechando todas las posibilidades escénicas que este puede ofrecer.
Es un director que entiende el papel que juega el color en cuanto a clima y tono narrativo, en el que no solo predomina el rojo sangre, sino los amarillos inestables, los azules nocturnos y los verdes alarmantes. Claro ejemplo de esto es la escena donde Martina Juncadella trata de huir del espectro que la acecha a ella y a su grupo, en la recepción de un hotel.
El Diablo Blanco es una propuesta que no niega sus deudas con antiguos exponentes del género, sino que sabe cuál es la base que debe honrar, y cuándo soltar e intentar ser su propia cosa. Al hacerlo aprecia el sobresalto y el escalofrío, pero entiende al final que solo el segundo te da una buena película de terror.
Estamos hablando de un terror arraigado no solo en las muertes gráficas propias del género, sino en el terror como sensación humana, por el miedo a lo desconocido y no saber cómo enfrentarlo. El escalofrío constante de saber que las leyendas, los espíritus y los fantasmas, así como los daños que puedan llegar a provocar, no son más que la manifestación de que uno puede no tener el control, que no exista la piedad del otro, que el mal tristemente pueda ser el que prevalece.
Estas cuestiones que no son únicas al género de terror, sino a cualquier drama humano, hacen que el naturalismo del aspecto interpretativo revalorice la propuesta. Es un naturalismo similar al que tendría cualquiera de nosotros al enfrentarse a una situación similar. Sin heroísmos exagerados, sin explicaciones excesivas, priorizando el simple deseo de sobrevivir, una supervivencia poblada no solo de miedo, sino del prospecto de enfrentarnos a nuestra propia oscura naturaleza.