Dictador implacable, humor de barricada
El humor de Sacha Baron Cohen no tiene términos medios. Nada de sugerencias. Todo es explicito, frontal, provocador y, a veces, exageradamente vulgar. Lanza tanta cantidad de chistes que alterna hallazgos y pifias. En su recetario de humor, hay más ocurrencias que ingenio, pero tiene buenos momentos y acotaciones punzantes. Este filme extremo retrata a un dictador africano que odia a Occidente, al judaísmo, a la democracia, que humilla, ultraja, oprime, esclaviza y descalifica. Se permite todo.
Es una sátira pasada de rosca que arremete contra lo políticamente correcto en cualquiera de sus variantes. Bajo la implacable mirada de este almirante general Aladeen, negros, pacifistas, vegetarianos, tolerantes reciben la batería de chistes de trazo grueso, donde abunda lo escatológico. El paseo de este general por las calles de Manhattan da tela para potenciar todos sus aspectos y acumular burlas y desparpajos. La sátira se desnaturaliza frente a este dictador que está más cerca de Peter Capusotto que aquel que regaló Chaplin. Salidas de tono extravagancias y aciertos colorean este nuevo aporte de un actor -aquí también colaboró con el guión- que sabe sacarle jugo a su catalogo de humor de barricada, siempre imprevisible, desafiante y zafado.