Con un personaje ideal para su particular modalidad humorística, Sacha Baron Cohen presenta con El dictador una nueva e irreverente comedia. Su controvertido líder totalitario Haffaz Aladeen se amalgama perfectamente con su personalidad, a unos años de Borat, el film en el que caracterizaba a un desaforado y freak periodista proveniente de un ficticio país de Europa del Este. Y el resultado es positivo, Cohen se afirma como capo cómico con un
producto que genera indudable diversión, alcanzando algunos momentos desopilantes y otros tan despojados de filtro que bordean el mal gusto y la escatología.
El actor y el director Larry Charles (responsable también de Bruno, el segundo protagónico del comediante no estrenado aquí) se las ingenian para llevar al protagonista a los EE.UU., como ocurriera en Borat, lo que permite que Aladeen interactúe intempestiva y disparatadamente en territorio norteamericano, dejando traslucir posturas políticas, contrariando sin pausas valores occidentales y cristianos y dejando expuestos prejuicios de todo tipo contra los tipos humanos de Medio Oriente. Este recurso vuelto a aplicar redunda en una menor sorpresa con respecto a aquella comedia desbordante.
En su cuarta película, Charles –también responsable de series memorables como Seinfield y Loco por ti-, más que destacarse como cineasta, actúa fundamentalmente como propiciador de la ironía corrosiva de Cohen y del espíritu satírico del trío de guionistas. El dictador ofrece alguna escena antológica, como la del helicóptero, y otras más dudosas como la de la tortura y la del parto,que aún así producen risotadas. Además de las buenas
participaciones de actores ilustres como Ben Kingsley y John C. Reilly, algunos cameos insospechados de Megan Fox y Edward Norton proporcionan otros pasajes –incómodamente- disfrutables.