El actor, guionista, y a veces también productor, británico Sacha Baron Cohen a quien pudimos ver, o sufrir, según cada experiencia, en el filme “Borat” (2006), de Larry Charles, nos acomete con otro personaje construido en base de estereotipos y clisés, cuya única finalidad sería hacernos reír por aquello elementos más conocidos, pero exagerados, sobre los que se basa su elaboración.
En realidad, el cometido se cumple. Uno hasta puede reírse por momentos, pero el argumento por su vacuidad y la disposición de su discurso se evaporan pocos minutos después de finalizada la proyección.
Lo más evidente es que su “dictador” pone por sobre todas las cosas la mirada en los reales dictadores que existen dentro del mundo árabe, más allá de que el filme este dedicado al coreano Kim Jong-il.
Pero tiene otros elementos que dan cuenta de la occidentalización del personaje, principalmente su vestimenta típica de los uniformes de gala de los generales estadounidenses, el medallero en su pecho, que en este caso esta como todo, exagerándolo en extremo.
El historia comienza con el General Almirante Aladeen (¿Aladino?) llegando al palacio para, desde “su” balcón, dar un discurso a “su” pueblo para informarles que el uranio enriquecido que han logrado lo usaran para fines pacíficos, pero no puede terminar la frase pues comienza a reírse, dando a entender que ni él se cree lo que esta diciendo.
Todo el filme trata de instalarse como una comedia zafada, irreverente, provocativa, con caídas en lo escatológico, menos asiduas que en las anteriores películas del actor, pero igualmente sin lograrlo, asimismo instalarse demasiado en lo políticamente incorrecto. Esto desde el punto de vista que aquello que trata de satirizar, ya por lo que es y que será visto por personas del mundo occidental, y si a esto se le puede sumar el personaje de Zoey (Ana Faris) quien jugaría como contrapeso del personaje del dictador, siendo esta joven un dechado de virtudes de corrección política. Y ya entramos en el relato.
El dictador debe viajar a los Estados Unidos de Norteamérica, e una reunión de las Naciones Unidas, allí viaja junto a su comitiva y el infaltable “doble” que todo tirano debe tener.
Apenas llegado, el verdadero dictador es victima de un atentado y secuestrado por un militante de extrema derecha, una de la pocas genialidades que entrega el filme, interpretado por John C. Reilly, pero es tan corto su aporte que se pierde dentro del texto fílmico y termina por ser olvidado.
Luego de liberarse de sus raptores, y mientras intenta de volver con los suyos, se entera que ha sido reemplazado por su doble y al mismo tiempo conoce a la joven Zoey, personaje que no sólo esta puesto como contrapunto, sino que además juega como sujeto principal de una de las subtramas, por demás previsible, pero que gracias a Ana Faris le otorga a la realización una bocanada de aire fresco.
Es de destacar la banda de sonido, con versiones muy sui generis de temas musicales conocidos y reconocibles, jugados por momentos en términos narrativos, algo más esta diciendo con la canción, o en forma de apuntalar y darle más fuerza discursivas a las mismas imágenes.
Los demás rubros técnicos no sobresalen por su elaboración, si bien están dentro desorden de la corrección: la dirección de fotografía, el diseño de vestuario, la dirección de arte en general.
Por lo que los valores de la producción quedan supeditados a los intentos satíricos que propone, incluyendo otros personajes que están bien pensados, y posiblemente mejor incluidos, tales como el agregado cultural chino con su sola obsesión, la de tener relaciones con cualquier figura de cine de Hollywood sin importar sexo y edad, o la escena de la parturienta, pero su falta de consistencia en el desarrollo, tanto de las tramas como de los personajes, van deteriorando la importancia de los mismos y quedan sólo establecidos como meros sketches más del orden televisivo que cinematográfico.
Te reís. No pretendas más.