Un disparatado líder africano
Todo es posible y los disparates se acumulan como gags efectistas que no alcanzan a organizar un guión coherente. Queda, a pesar de las risas, un Sacha Baron Cohen, a mitad de camino, que es talentoso, pero la armonía de su comicidad aún no está calibrada.
El general Haffaz Aladeen es algo así como el director supremo de Wadiya, un utópico lugar, que estaría al norte de Africa, de fuerte impronta musulmana.
Por lo que observamos, Aladeen es una suerte de Idi Amin Dada, aquel gobernante ugandés autoritario y caníbal de triste memoria. Aladeen es un compendio de virtudes negativas, dominante, asesino, discriminador, enemigo de las mujeres (pero no demasiado) y capaz de eliminar, fusil en mano, a sus contrincantes en los Juegos Olímpicos, simplemente por una cuestión de competencia. Imagínense lo que ocurre cuando la diplomacia de su país acepta que hable en las Naciones Unidas por una cuestión de reciprocidad y convivencia global. Todo será posible cuando el dictador llegue y sea secuestrado y permanezca oculto en una tienda de comida vegetariana en las afueras de Manhattan.
GRACIA ESPERABLE
El filme es divertido. Se vale de una serie de gags, equívocos, momentos paródicos y la innegable gracia de Sacha Baron Cohen, aquel reportero de Kazajistán, enviado a Estados Unidos en una misión de cooperación cultural, que se pudo ver en "Borat", una de sus películas anteriores.
El problema es que su originalidad inicial, la audaz exposición de diferencias culturales que separan Oriente y Occidente, cuando las costumbres las tiene un desubicado y loco autoritario, se ve empañada por un exceso de groserías que pasan de determinados topes. Si uno se ríe ante las desopilantes desubicaciones de este extremista oriental en una sociedad occidental, también lo hace ante situaciones burdas que no merecen ser incluídas en un relato cinematográfico de cierto nivel.
CHICA ACTIVISTA
Las tribulaciones de Aladeen se desbordan. Raptado, enamorado de una chica lesbiana y activista de los derechos humanos, asistente partero en nacimientos sorpresivos, donde la posible llegada de una beba despierta chistes como "varón o aborto" y surreales encuentros amorosos en interiores insospechados, todo es posible y los disparates se acumulan como gags efectistas que no alcanzan a organizar un guión coherente. Queda, a pesar de las risas, un Sacha Baron Cohen, a mitad de camino, que es talentoso, pero la armonía de su comicidad aún no está calibrada.
Si en "Borat", el comediante mostraba una mayor cercanía con la concreción de un buen filme. Risueño, pero más cerca de los nerds de la películas clase "B", de estudiantina enloquecida, "El dictador", no logra un total convencimiento, a pesar de contar con un actor de talento como Ben Kingsley, en el papel de Tamir, tío y consejero del protagonista.