Sueños de un opresor
Es una obviedad que vale volver a subrayar: el humor de Sacha Baron Cohen o te gusta o te repele; sus personajes te hacen reír o te parecen la más grande idiotez salida de Gran Bretaña (después de Austin Powers). Si estás entre el primer grupo, podés entrar al cine a ver su última película, El dictador, sin salir decepcionado. La comedia retoma la estela de Borat y Brüno, aunque ahora el estereotipo en el que unta su creación es otro: el dictador del ficticio país de Wadiya, un tirano que queda en pie tras la muerte de Gadafi, Hussein y Bin Laden, y que se ve obligado a viajar a Estados Unidos para enfrentar las acusaciones de las Naciones Unidas.
El choque cultural entre la vocación de opresor de Aladeen (tan racista y misógino como falto de luces) y el discurso de libertad del sueño americano dispara las situaciones de humor, sobre todo cuando conoce a una joven feminista, vegana y militante (Anna Faris) que es su guía espiritual por Nueva York. A su alrededor, desfilan cameos y participaciones de actores y comediantes varios, como John Reilly, Fred Armisen, Megan Fox o Edward Norton.
Un punto a favor de la nueva intrusión de Baron Cohen es que deja de lado la interacción con personas de la realidad, se aleja del humor espontáneo del mockumentary y busca esa efectividad en un guión que enlaza gags en una historia más sólida y se permite perfeccionar su incorrección (el diálogo a bordo del helicóptero sobre el 9/11, imperdible).
Un punto en contra es que allí donde la palabra y las situaciones se quedan cortas, el director Larry Charles echa mano de los guiños escatológicos (marca de autor de sus filmes) que, a veces, no cumplen más función que provocar sonrisas pobres. Aun así, quien disfruta de su humor saldrá pensando "Larga vida a Aladeen".