Si vio Borat, si se acercó a Brüno -el film sobre un modelo masculino y gay políticamente correcto que aquí solo se vio en video- sabe quién es Sacha Baron Cohen. Y sabe que en cierto sentido su máxima gracia funciona con el mismo chiste: ser lo más ofensivo posible. En las tres películas se trata de lo mismo, el intento por sobrevivir según sus propias reglas alienadas de un personaje excéntrico en los Estados Unidos. En este caso se trata de un dictador aparentemente islámico, un tipo que lleva al extremo cualquier lugar común sobre mandatarios malvados. En cierto punto, el film causa risa y funciona cuando Baron Cohen se deja llevar por el ejercicio de su capacidad para la comicidad. Pero tiene un enorme problema: en el fondo, cualquier película sobre un político es en sí una película política, toda vez que para resolver la trama debe de tomar algunas decisiones sobre qué es correcto y qué incorrecto en el mundo que presenta. Haciéndolo fácil: el chiste de ser ofensivo esconde una moralina un poco recalcitrante y antigua. Pero como, por suerte, el actor no solo sabe hacer reír sino que además conoce y maneja como pocos el timing, el film funciona bastante bien. Hay incluso momentos donde la molestia rinde frutos, donde realmente el espectador debe poner en tela de juicio sus propios prejuicios morales y sociales. En esos momentos de provocación pura, el film muestra que nuestro mundo es realmente un lugar complejo y peligroso, aunque se diga con risas.