Un dictador en Nueva York
Sacha Baron Cohen vuelve a los cines argentinos luego de protagonizar y sorprender con Borat (Bruno fue enviada directo a DVD en el 2009) de la mano de El Dictador, una comedia llena de incorrecciones políticas que funciona en la mayor parte de su metraje.
El Dictador nos contará el viaje del opresor gobernante de la Republica de Wadiya llamado Shabazz Aladeen, a dar una charla a los Estados Unidos para calmar los conflictos bélicos contra su país. Allí es secuestrado y traicionado quitándole su distintiva barba y poniendo un doble en su lugar que firmará una nueva constitución que proclamará la vuelta de la democracia a su país. Aladeen, mezclado en la comunidad neoyorquina como un inmigrante más tratará de recuperar el trono y evitar que su país se convierta en una nación democrática y soberana.
Larry Charles, realizador de Borat y Bruno, junto a Sacha Baron Cohen decidieron dejar de lado en El Dictador el falso documental que tuvieron esos films para emplear aquí un estilo de narración clásica que cumple con lo prometido y logra explotar por momentos la incorrección humorística de la cinta, pero que al no tener demasiados cambios en su registro cómico termina por generar varios baches por su constante repetición. El gag del gesto de la ejecución con los "disidentes" es un claro ejemplo de esa constante reproducción, consiguiendo que luego de apreciarlo en reiteradas oportunidades el chiste se vea venir a kilómetros de distancia.
Si bien me gustó Borat, no puedo dejar de mencionar que esa comedia logra alejarme demasiado de su aceptación absoluta. Algo similar me ocurre con las Jackass, como así también con El Dictador. Si uno separa los momentos en donde la comicidad funciona encontraría en cualquiera de ellas un resultado original y tremendamente divertido. Ahora si uno también aparta las secuencias donde abunda la repetición y las ideas mal ejecutadas o muy forzadas, tranquilamente podría afirmar que pasó uno de los momentos más aburridos en una sala de cine. Es que en este tipo de películas conviven esas cuestiones, aunque cabe destacar que en su generalidad terminan funcionando dado que su encanto supera a sus propios fantasmas.
El problema es que El Dictador al desarrollarse por medio de la narración clásica hace que algunas sub tramas sean llevadas de manera demasiado ridícula y mal contadas. Si bien Charles emplea un dinámico montaje al comienzo de la cinta para presentarnos al personaje principal, la construcción del mismo no se da de manera efectiva, dejando en manos del actor de Hugo la generación de la simpatía necesaria para que la cinta se sostenga en su idea. Incluso el viaje del dictador a los Estados Unidos es presentado abruptamente y de hecho era mejor contado en los excelentes avances que en la película en sí. También la cuestión del doble resulta simpática, pero por momentos resulta totalmente irritante en su tamaña estupidez. La cuestión es que Sacha Baron Cohen aporta su ya conocida impronta que termina por generar una absoluta empatía con la construcción de un gran despreciable personaje, logrando que los errores narrativos o la repetición humorística se deje a un lado para admirar y divertirse con la evolución del ¿amado? Shabazz Aladeen.
Más allá de que no funciona a la perfección El Dictador se conforma como una opción de humor alternativa que cumple con su prometida incorrección, algo que sin dudas no es poco por estas épocas.