La cruda verdad Gabriel Rolón, el célebre analista argentino, desde hace tiempo también se desempeña como escritor. Su tercer libro, Los Padecientes, fue publicado en el 2010 y hoy a 7 años de su lanzamiento, llega al cine en una adaptación protagonizada por Benjamín Vicuña y Eugenia Suárez. Pablo Rouviot (Vicuña) es un reconocido psicoanalista que recién llegado de un viaje recibe en su consultorio a Paula Vanussi (Suarez). Paula ha quedado huérfana luego del asesinato de su padre, y contrario al pensamiento de Rouviot, no está buscando un psicólogo que la ayude a superar dicha perdida; lo que necesita es un perito que declare que su hermano Javier (Nicolás Francella) es inimputable aún siendo el principal sospechoso del crimen. Los problemas para Rouviot y la familia surgen cuando el analista indaga en los detalles del episodio. Se comienzan a develar oscuros secretos de la familia, y principalmente, que no todo es lo que parece en relación al asesinato de Roberto Vanussi (Luis Machín). A Los Padecientes le cuesta arrancar. Nicolás Tuozzo, director del film, no consigue ensamblar la maquinaria cinematográfica en la primera parte de la película. Por momentos la presentación de los personajes resulta torpe, lánguida. Incluso la motivación de los mismos son exhibidos de manera demasiado explícita y subrayada. No hay sutilezas. A modo de ejemplo, encontramos la reiteración de Vicuña en sus diálogos respecto a su obsesión por la verdad. El guión también resulta desmedidamente solemne en muchos momentos. Solo con las apariciones de Pablo Rago se aliviana un poco la gravedad con la que Rolón y compañía adaptaron la novela. Los Padecientes es una película irregular con un guión demasiado solemne. Cuando Los Padecientes deja atrás el lastre de la introducción del clan Vanussi, la película avanza con fuerza. El relato deviene en un policial negro donde claramente la figura del psicoanalista hace las veces de detective privado. Ahí Los Padecientes fluye, empezando a desenredar la historia con destreza, respetando las fórmulas del querido género que encontró en Humphrey Bogart su mayor exponente. Por lejos esos son los mejores momentos de la película, que con ese viento a favor y un rumbo más claro, transita dignamente hacia su desenlace a pesar de algunos baches en el camino. Si en la narración no hay efectividad absoluta, en las actuaciones tampoco. Encontramos a un buen Vicuña, ajustado e impasible, se involucra con pasión en la historia sin sobreactuar. También están los laburos de Luis Machín, Nicolás Francella y Angela Torres (revelación en la película), cumplen bien en su cuota de pantalla. Por otro lado tenemos a la China Suarez, de muy buen debut con Abzurdah pero que aquí transita la mayoría del film sin destacarse demasiado. De hecho, cuando el dramatismo de Los Padecientes empieza a subir, acude a su figura en búsqueda de afianzar el peso dramático, encontrando una interpretación que hace agua. Los Padecientes es una película anómala. Por momentos, cuando puede plasmar sus ideas en la pantalla, resulta un entretenimiento de interés en clave de policial negro. Pero lamentablemente la irregularidad de sus actuaciones, la solemnidad de su historia y el grosero subrayado de muchos de sus diálogos terminan por menoscabar sus posibilidades de ser una muy buena película.
La tarde más oscura Peter Berg, luego de la excelente Horizonte Profundo, vuelve a una historia real en Día del Atentado (Patriots Day) para contar el atentado en la Maratón de Boston ocurrido en el 2013. La Maratón de Boston es una de las carreras más importantes del mundo y además de los atletas que participan de dicha competencia, miles de ciudadanos acompañan la celebración en las calles de la ciudad. Dentro de ese magnífico ambiente de algarabía es donde Día del Atentado comienza a presentar los distintos personajes que serán participes de la tarde más oscura de Boston; partiendo desde las víctimas, los policías encargados de la investigación, y hasta los perpetradores del atentado. El paso del tiempo le ha venido muy bien a Berg. Es que el realizador de 52 años ha adquirido en sus últimas películas una solvencia y sobriedad que no había demostrado en el pasado. Horizonte Profundo es su obra cumbre, pero encontramos en Día del Atentado otra muestra de su excelsa narración. Lamentablemente, no tiene la sutileza de la estrenada el año pasado. Por momentos Día del Atentado subraya demasiado la carga heroica que ya tiene de manera intrínseca el suceso; hay varios diálogos grandilocuentes que podrían haber sido omitidos. Mark Wahlberg interpreta con aplomo ese rol de hombre común que le toca vivir una situación extraordinaria. El principal acierto del director es narrar la historia desde el interior, situando al espectador en el centro de la tragedia. No se puede ver con indiferencia Día del Atentado, el uso de cámara en mano por parte de Berg resulta fundamental porque es utilizado con inteligencia, y además, le aporta un realismo imposible de ignorar. Incluso la decisión de mostrar con crudeza los daños sufridos por las víctimas va de la mano con el citado realismo que imprime el realizador desde la puesta en escena. Es fascinante ver un relato donde se conocen la mayoría de los sucesos ocurridos, y aun así, resulta atrapante por la forma narrativa implementada. El elenco de Día del Atentado es el otro pilar fundamental en su éxito. Mark Wahlberg, John Goodman, Michelle Monaghan, Kevin Bacon y J.K. Simmons son los encargados de que el marco dramático aportado por Berg funcione a la perfección, ellos son el motor que tracciona el film. Wahlberg interpreta con considerable aplomo ese rol de hombre común que le toca vivir una situación extraordinaria. Esto no es novedad, hace rato que el actor de El Ganador se viene destacando en cada película que lo tiene en su plantilla. Día del Atentado confirma el momento de madurez que ha alcanzado Peter Berg, mientras que Mark Wahlberg sigue confirmando película a película, ser una garantía actoral.
Flesh and blood Con el presente milenio nació una nueva franquicia cinematográfica de superhéroes, los X-Men. En esa película dirigida por Bryan Singer se destacaba a fuerza de garras y carisma Wolverine, el mutante interpretado por Hugh Jackman. Hoy, a casi 17 años de su primera vez en la pantalla grande, el personaje de Marvel se despide a lo grande, con una película en solitario que finalmente lo redime de la mejor manera. En un futuro, no muy lejano pero futuro al fin, Logan/Wolverine trabaja en las sombras como chofer de una limusina. El mundo casi ya no tiene mutantes, y tampoco demuestra tener algún rastro de bondad; como si con la extinción de los humanos portadores del Gen X también se hubiese apagado la llama de la bondad humana. Y es en ese mundo donde Logan (que es más mito que realidad) se encuentra con Laura, una niña mutante a la cual deberá llevar a salvo a la frontera con Canadá. Ya en el comienzo James Mangold (director de entre otras, de esa hermosura llamada Walk the Line) nos introduce en el renovado universo de Wolverine. Un universo fílmico donde la sangre y la brutalidad son el especial del día. Bienvenidas sean ambas decisiones, hace tiempo que el firmamento de los superhéroes necesitaba menos peleas con CGI y más flesh and blood (aguante Johnny Cash) entre tanto golpe sin efecto palpable. Esta decisión estética por parte de Mangold encuentra su sustento en que el mundo habitado por Wolverine y Charles ya no tiene los matices donde el Professor X trataba de alcanzar la paz entre los humanos y mutantes. En ese mundo con menos mutantes, pero paradójicamente, cada vez más inhumano, se ofrece un contexto y una necesidad de abordar los combates desde una perspectiva más realista y despiadada. Lamentablemente ya no hay espacio para la piedad con los enemigos, y su realizador lo tiene muy claro. Hugh Jackman y su Wolverine son eternos. Las luces y el vértigo de Japón (recordemos que fue el realizador de Wolverine: Inmortal) cegaron a Mangold, lo llevaron a un territorio donde no sabe (o no supo) desenvolverse. Pero ni lerdo ni perezoso, cambia el paradigma para la despedida de Wolverine; la desmarca por completo de las películas de superhéroes que gobiernan la escena cinematográfica actual, con serenidad narrativa, muchas mutilaciones y litros y litros de sangre. El western como tejido pictórico y la road movie como vehículo, conforman el escenario ideal (la excelente remake de 3:10 to Yuma acredita esa idea) para que el director trabaje en Logan con un tono, un ritmo y una iconografía que lo favorece. Hugh Jackman y su Wolverine son eternos. Juntos pudieron soportar los flojos spin-off a fuerza de garra y carisma para despedirse a lo grande. En Logan se ve un Wolverine abatido, sin ese fuego interno que demostraba tener. El paso del tiempo hizo mella en él, e internamente, su terrible y extensa historia empieza a pesarle demasiado como para seguir dando pelea. Simplemente se defiende, sobrevive a duras penas en un mundo donde siempre fue utilizado y jamás fue bienvenido. Todo ese sufrimiento a cuestas es llevado adelante por el inmenso Hugh Jackman con un compromiso y una entrega pocas veces visto. Es que a ésta altura, Jackman y Wolverine son uno solo, nadie podría interpretarlo como él. Logan lo confirma de nuevo. Por otra parte el querido *de pie* Patrick Stewart *me siento* la rompe toda. Se te va el alma viendo al mutante más poderoso del mundo en un estado tan decadente, pero Stewart se encarga de llevarlo adelante con dignidad y sin bajezas. La gran revelación del cast es Dafne Keen interpretando a Laura. Tremenda máquina de matar resultó ser la pequeña. Boyd Holbrook (Narcos) cierra el elenco principal con una estupenda labor como el villano del film. Con su carisma revoluciona la pantalla con cada aparición, dando equilibrio al drama y padecimiento de la historia. James Mangold consiguió darle a Wolverine la obra maestra que merecía. Un western crepuscular cargado de pasión, mutilaciones y sangre. A los que crecimos y disfrutamos junto a este gran personaje no nos queda otra que peregrinar a los cines en agradecimiento a tamaña entrega y compromiso. Hugh Jackman y Logan lo merecen.
Juegos, trampas y dos cartas humeantes El inesperado éxito de Nada es lo que Parece, a cargo del efectivo Louis Leterrier, trajo la obvia secuela a nuestros cines. Hollywood no iba a dejar pasar tamaña oportunidad de convertir en franquicia a los famosos Cuatro Jinetes. Daniel, Merritt, Jack, la recientemente incorporada Lula y el topo/agente/mago Dylan Rhodes vuelven a subirse al escenario luego de un buen tiempo en la clandestinidad. ¿El motivo de su regreso? Desenmascarar a un joven millonario que se encuentra detrás de un chip que podrá decodificar y liberar la información de cualquier dispositivo (celular, computadora, etc.) del mundo. El problema para los famosos magos se da cuando se ven envueltos en un truco del cual no parecen tener escapatoria. Jon M. Chu, director de la fallida G.I. Joe: El Contraataque (G.I. Joe: Retaliation), reemplaza al realizador galo detrás de las cámaras. Chu no es Leterrier y se nota. La primera entrega tenía un ritmo vertiginoso, no paraba nunca, pero jamás abrumaba. Su velocidad no entorpecía la narración, todo fluía con naturalidad, acelerada, pero naturalidad al fin. En Nada es lo que Parece 2 es evidente que Chu quiso seguir el ritmo impuesto por Leterrier, pero sin una historia atrapante, medianamente “comprable” o una narración ajustada. El resultado final del film no es el esperado comparado con su querible y por momentos fascinante predecesora. Se aprecia de lejos que Eisenberg, Ruffalo, Harrelson, Franco, Caplan y Freeman se llevan bien delante y detrás de las cámaras. El comienzo de esta secuela es errante, la película va de Estados Unidos a China, apurada, sin pausa. En el medio de esa corrida hay bocha de inceptions (no sé si existe la palabra pero quedaba linda) de engaños y fraudes, algunos más ingeniosos y mejores desarrollados que otros. Promediados los 40 minutos, la segunda parte se asienta, deja de correr sin control y empieza a desarrollar lo que tan bien funciono en la cinta originaria: La química entre sus protagonistas. Es ahí donde Nada es lo que Parece 2 encuentra sus mejores momentos y su pulso porque se aprecia de lejos que Jesse Eisenberg, Mark Ruffalo, Woody Harrelson, Dave Franco, Lizzy Caplan y Morgan Freeman se llevan bien delante y detrás de las cámaras. Lamentablemente para Chu, en la entrega del 2013 la historia potenciaba y evidenciaba esa química, mientras que acá la trama de juegos y trampas le juega en contra. Lamentablemente Nada es lo que Parece 2 no consigue plasmar del todo el querible tono de su predecesora. La historia (si bien la primera también era bastante inverosímil) no resulta tan comprable aún dentro del mismo universo de fantasías y enredos espectaculares que plantea la franquicia. Más allá de las cuestiones mencionadas, cuando Jon M. Chu endereza la nave y sus protagonistas pasan al frente de la propia historia, la secuela funciona, y entretiene, algo que no es poco por estos días.
La tierra prometida Tercera entrega de la saga The Purge, que en Latinoamérica mutó de nombre desde La Noche de la Expiación a 12 Horas para Sobrevivir en las sucesivas entregas vaya uno a saber por qué. La cuestión es que la franquicia se asienta y brinda un muy buen entretenimiento clase B en 12 Horas para Sobrevivir: El Año de la Elección (The Purge: Election Year). La senadora Charlie Roan (Elizabeth Mitchell) y el ministro Edwidge Owens (Kyle Secor) se debaten la presidencia de los Estados Unidos. La primera, promete eliminar la purga como principal medida, mientras que Owens seguirá manteniendo el régimen anual que permite cometer todo tipo de crímenes por 12 horas. Conscientes de la amenaza que representa Roan, los Nuevos Padres Fundadores de América quieren aprovechar la inminente purga para acabar con ella y sus aspiraciones. No hay muchas sagas de terror (o de cualquier género si queremos ponernos malos) que logren asentarse y dar lo mejor de sí a medida que van pasando sus entregas. A ver, no estamos delante de la mejor franquicia de la historia del cine, pero sería injusto no destacar que 12 Horas para Sobrevivir: El Año de la Elección es la mejor entrega de las The Purge. La saga comienza con una premisa atractiva donde en un Estados Unidos distópico, la gente cuenta con 12 horas para cometer asesinatos, violaciones, saqueos, etc. En la primera parte, solamente se exploraba el tormento que vive una familia desde que la purga da comienzo. En su continuación, el universo se ampliaba y ahora el espectro de visión asesino era nada más y nada menos que todo el país del norte. Obviamente que ese espectro se va acotando poco a poco a una ciudad para luego achicarse aún más a un grupo de personas que intenta sobrevivir al temible acontecimiento, pero el contexto político que rodea a la tierra prometida y sus ciudadanos comenzaba a asomarse. 12 Horas para Sobrevivir: El Año de la Elección es por mucho la mejor entrega de la saga The Purge. Es 12 Horas para Sobrevivir: El Año de la Elección la entrega que más ahonda en la sátira política. De hecho basa su motor en una elección cuyo resultado podría desatar la profundización del régimen comandado por Nuevos Padres Fundadores de América (NFFA) o un halo de esperanza para una sociedad que busca terminar con las matanzas anuales. Las coincidencias con la actualidad norteamericana, en vísperas de las próximas elecciones y sus desencadenantes sobre si resulta triunfador Donald Trump no son una mera coincidencia para James DeMonaco. Si bien funciona dentro del código y estilo de la película, no termina de cerrar la exageración en ciertas interpretaciones y secuencias. DeMonaco por momentos abusa de mucha mirada con cabeza inclinada, risas exageradas y gritos descarnados. Entiendo que el tono del film lo justifica, pero se torna contraproducente cuando todo ese ruido (literal y estilístico) termina quitando efectividad a la perturbación que se intenta generar. Incluso se torna hasta contradictorio cuando tenes como principales figuras a Frank Grillo (cada día más asentado como héroe de acción) y Elizabeth Mitchell (Penny en Lost), dos buenos actores que justamente apelan como leitmotiv a la economización de gestos para transferir sensaciones. 12 Horas para Sobrevivir: El Año de la Elección cumple y dignifica como entretenimiento Clase B potenciado con una sólida sátira política y violentos conflictos sociales que por ocurrir en un futuro distópico no dejan de sentirse más cerca de lo que se aprecian en la pantalla del cine.
Si decido quedarme Basada en el homónimo best seller escrito por Jojo Moyes, Yo Antes de Ti (Me Before You) viene a intentar inundar nuestras carteleras de lágrimas. Thea Sharrock es a directora de esta adaptación en donde Emilia Clarke y Sam Claflin son sus principales protagonistas. Lou Clark (Emilia Clarke) es una muchacha entusiasta que al quedarse repentinamente sin laburo acepta ser una especie de acompañante terapéutica de Will Traynor (Sam Claflin), un joven millonario que quedó parapléjico luego de un trágico accidente de tránsito. A pesar de la infelicidad de Will y el insoportable optimismo de Lou, entre ellos hay cierta química y con el paso del tiempo empezará a surgir una historia de amor; que deberá revisar su futuro por una decisión que Will aparentemente tiene tomada. Sí, Yo Antes de Ti contiene absolutamente todos los lugares comunes que puede tener un film románico, algo que la torna una obra muy predecible; pero hay un detalle en el desarrollo de la trama romántica que inclina la balanza levemente a su favor. La película no se detiene intencionalmente demasiado en el enamoramiento de Lou y Will, es como si su historia de amor fuese narrada salteando etapas. Faltan las típicas escenas que arrancan suspiros y aceleran el latir del corazón. No hay en Yo Antes de Ti un amor bigger than life, sino que existe un enamoramiento fugaz entre dos personas adultas que son “modificadas” por la aparición de cada una de ellas en su vida. Y este detalle, no menor, termina resultando a su favor porque al no haber un amor radiante, alegre y permanente, se puede comprender la decisión que ambos toman en el giro final de la película. Yo Antes de Ti contiene absolutamente todos los lugares comunes que puede tener un film románico. Emilia Clarke y Sam Claflin cumplen en sus roles protagónicos. Clarke, Daenerys Targaryen en Game of Thrones, se la banca bastante en una actuación difícil que atraviesa por momentos se una exagerada en su rozagante optimismo. Por otra parte, Claflin, conocido como Finnick Odair en la saga Los Juegos del Hambre, se destaca con una labor más moderada que funciona tanto en su etapa más osca como en su fase asequible y carismática. La química entre ambos va de menor a mayor como el film y contribuye a que uno compre la historia de Yo Antes de Ti y se emocione con los acontecimientos que se van desplegando, algo que no es poco para cualquier película en estos días.
Show me the money Con una extensa filmografía como actriz, Jodie Foster cada tanto decide ponerse detrás de las cámaras. El Maestro del Dinero (Money Monster) es su cuarto film sentada en la silla de directora, luego de la inclasificable y querible La Doble Vida de Walter (The Beaver). Lee Gates (George Clooney) es un exitoso conductor de un programa de televisión que analiza las finanzas de Wall Street de una manera bastante particular. Le pone una cuota de show al tema con coreografías, canciones, “efectos especiales” y demás cuestiones que consiguen darle un poco de onda a la cuestión. Lamentablemente la canchereada se le vuelve en contra cuando su programa con todos sus integrantes es tomado por asalto a manos de Kyle Budwell (Jack O’Connell), un pibe que perdió todos sus ahorros siguiendo los consejos de Lee. Si bien no estamos ante una obra maestra, hay algunos destellos de El Maestro del Dinero que la convierten en una película como mínimo interesante. Primero y principal es el ritmo frenético de la cinta. Desde el minuto 1, Foster desenrolla la trama con presteza pero sin apuro, demostrando tener el control absoluto de lo que se va contando. Desgraciadamente, donde la película pierde un poco de tensión es resolviendo torpemente algunos conflictos que requerían un poco más de agudeza (tanto de narración como de ingenio) y menos obviedad a la hora de ser abordados. George Clooney es uno de los argumentos de mayor peso para El Maestro del Dinero. Otro de los puntos altos en El Maestro del Dinero es la facilidad con la que la película convierte a los “buenos” en “malos” y viceversa. Todo entre comillas porque hasta que llega el giro final, donde sale todo a la luz, uno va cambiando su percepción hacia los personajes. Es que todos los protagonistas tienen una “justificación” (en algunos es más noble y en otros moralmente más cuestionable) para llevar adelante las acciones que están realizando. Con las cartas jugadas en la mesa, el verdadero enemigo aparece y ahí El Maestro del Dinero empieza a bucear en las verdaderas motivaciones de los personajes; interpelando al espectador en la elección de que bando tomar, algo que siempre es bienvenido en este tipo de thrillers. Por último, George Clooney es sin dudas uno de los argumentos de mayor peso para El Maestro del Dinero. Sí, Julia Roberts está perfecta aportando la cuota de equilibrio y mesura necesaria ante tanto grito y vértigo, y Jack O’Connell se destaca en una actuación desbordada; pero es en los hombros de Clooney donde descansa el verdadero peso del cuarto opus de Foster. Cuando el verosímil de la película se fuerza o cuando los conflictos son resueltos sin demasiada complejidad y “a las apuradas”, está el querido Jorgito para ponerle el pecho y hacernos comprar sin chistar todo lo que pasa.
(Des)unidos y (des)organizados Llegó el día, finalmente Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War) desembarca en nuestras carteleras. Luego del fracaso en todo sentido de Batman v Superman: El Origen de la Justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice), todas las miradas volvieron al universo de Marvel y la apertura de su ambiciosa Fase 3. Luego de algunos sucesos desafortunados, que causaron bajas civiles en sus misiones, los Avengers se someten al enjuiciamiento público. Lejos quedó aquella aura épica cuando salvaron Nueva York de Loki y el ejército chitauri. Ahora, la gente y los gobiernos los culpan y juzgan su accionar. El secretario de estado de los Estados Unidos, les propone la firma de un tratado que controlará y ordenará su accionar por medio de un grupo de países amparados en la ONU. Stark cree que aceptar dicho acuerdo es lo mejor para el grupo pero el Capitán América no. Esta disputa se torna irreversible cuando Bucky Barnes (gomia del Capi) es inculpado por un atentado. Allí el conflicto entre los superhéroes y sus correspondientes aliados, toma una escalada que los encontrará desunidos y desorganizados. Marvel sigue haciendo goles. Sus películas no decepcionan y cumplen (algunas más y otras menos) lo que uno espera de ellas. El problema que encuentro en sus últimas entregas, más que nada acá y en Avengers: Era de Ultrón, es que uno siente que está mirando un largo pero entretenido partido que ya comenzó hace bocha de tiempo y cuyo final recién llegará en 3 años. Porque Marvel plantea esto como una comunidad de películas que conforma un universo cinematográfico único cargado de referencias en sí mismo, entonces resulta imposible aislarse y tomar esta tercera entrega del Capitán América como una película individual aislada, y harto más complicado es cuando encima cuenta con casi todos los Avengers en su reparto. El humor se va resintiendo con el avance del match, pero está en el ingreso de Ant-Man y Spider-Man (la flamante y estelar incorporación del equipo) el aporte de frescura necesario para sacar del letargo a una franquicia que por momentos acusa cierto desgaste. Capitán América: Civil War es una propuesta altamente atrapante. Los conflictos, ya sea por egos o cuestiones ideológicas, siempre funcionan, pero el poco desarrollo de los personajes principales en el paso de las distintas entregas deja un hueco difícil de completar. Para intentar rellenar ese agujero sobresalen las presencias de Hulk en la primera Avengers y Hawkeye en la segunda; o Black Panther y Spider-Man en Capitán América: Civil War. Incluso son protagonistas secundarios con un peso específico importante en esas tramas, pero lamentablemente no consiguen tapar el casi nulo progreso de Iron Man, Thor o Capitán América. No era sencilla la apuesta de Capitán América: Civil War. Enfrentar a Iron Man y Capitán América era una empresa atrayente pero compleja de llevar adelante sin caer en la liviandad de que uno sea el héroe y el otro el villano. Cuesta elegir un bando (mentira, aguante el Capi) ya que ambos equipos tienen puntos a favor para llevar adelante su intención; y eso torna a Capitán América: Civil War una propuesta altamente atrapante en ese sentido. Groso laburo hicieron los hermanos Russo balanceando perfectamente el humor y la acción y narrando con solidez una trama que por momentos marea pero que no llega a confundir. Capitán América: Civil War termina siendo una muy buena precuela de la Avengers final. Marvel sigue sumando elementos para cerrar este universo cinematográfico a lo grande. El partido se está jugando hace rato y eso lo torna un poco cuesta arriba en algunos períodos; esperemos que el final del mismo nos encuentre abrazados, coronados de felicidad por vivir una saga de películas única. Por ahora, Marvel sigue ganando el partido y haciendo lindos goles, esperemos que le dé la inteligencia para llegar de gran manera al esperado y lejano final.
El legado Rocky A 40 años de su estreno en la Argentina, el semental italiano vuelve a las carteleras nacionales para un nuevo round delante de las cámaras. Creed: Corazón de Campeón (Creed) es la nueva entrega que se enmarca dentro de la saga deportiva más grande de la historia del cine. Con Rocko definitivamente retirado en el final de la excelente Rocky Balboa, la vuelta del mítico personaje se veía como algo imposible, aunque Hollywood siempre le encuentra la vuelta para que la máquina de generar millones siga facturando. Los sucesos de Creed siguen a Adonis Johnson (Michael B. Jordan), hijo extramatrimonial del inmenso Apollo Creed. Donnie nunca conoció a su padre y a pronta edad falleció su mamá. Huérfano y vagando por distintos hogares para niños por sus problemas de conducta, es adoptado por Mary Anne Creed, viuda del morocho pugilista que falleció a manos de Ivan Drago. La cuestión es que el conflictivo Johnson decide viajar a Filadelfia para ser boxeador. A partir de allí empieza su derrotero como boxeador, entrenado nada más y nada menos que por el gran Rocky Balboa. Rocky traspasó la pantalla, es un ícono social y deportivo, no es solamente un personaje cinematográfico. Cuando uno piensa en el boxeo, es imposible que Rocky (y su representativa música compuesta por Bill Conti) no se te venga a la cabeza. Es más, hasta tiene una estatua en Philly y resulta harto complicado subir las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia en soledad, dado que a todo horario hay decenas de personas haciendo la mítica subida por la escalinata hasta la cima. Traer de nuevo a la gran pantalla a este legendario personaje es todo un arriesgado suceso cinematográfico pero por la propia pericia de Ryan Coogler en la dirección y la de Sly y Jordan delante de las cámaras es que el regreso del semental italiano se da con gloria. La saga sigue en la línea de Rocky Balboa, donde el boxeo vuelve los suburbios, se aleja de los grandes gimnasios y funciona fundamentalmente como un elemento catártico, que sirve para sacar lo que sea que esté molestando adentro del corazón. Donnie necesita dejar atrás el odio por su padre, necesita perdonarlo, aceptarlo, amigarse con su herencia; y el boxeo es el ámbito ideal para conseguirlo, ya que las peleas se combaten desde adentro. ¿Y qué mejor que demostrar que sos alguien (pero no por portación de apellido, sino por merito propio) desde el mismo lugar donde tu viejo supo romperla toda? Coogler captó perfectamente eso y lo supo transmitir en grande respetando las bases expuestas en el film estrenado en 2007. Creed: Corazón de Campeón sigue en la línea de Rocky Balboa, donde el boxeo funciona como un elemento catártico. No hay una sola escena donde la presencia de Sylvester Stallone pase desapercibida. Cada secuencia con Sly puede despertar nostalgia, risas o emoción dependiendo del tono utilizado por el grandioso actor de casi 7 décadas con una facilidad asombrosa. Coogler logra exprimir al máximo la gran capacidad actoral de Stallone. Se lo ve cómodo todo el tiempo, sin presiones, como disfrutando al máximo la vuelta a su personaje más emblemático. Ganar el Oscar sería el broche de oro a su carrera. Sly no está solo y la revelación de Michael B. Jordan en el rol del hijo de Apollo es todo un hallazgo. Hay química entre los dos y se nota como Jordan se apoya en la experiencia Stallone, pero en aquellas escenas donde el actor de Poder sin Límites (Chronicle) debe cargarse la película en soledad, lo hace con una convicción fantástica que traspasa la pantalla. Tambien está Tessa Thompson como el interés amoroso de Donnie, que es quizás lo más flojo del film. No tanto por el romance en sí, que está bien desarrollado, sino más que nada por el impostado aura de estrella neo-soul que se le quiere meter a toda costa a la joven intérprete que participó en Selma. Completan el reparto Ritchie Coster, Graham McTavish y el team de boxeadores en la vida real (entre los que se destacan Andre Ward y Tony Bellew) aportando cada uno desde su lugar lo necesario para convertir al film en uno de los mejores estrenos que va a tener el 2016. No encuentro apartados negativos significativos en Creed. Puede tenerlos, ya que no es perfecta, pero no quise detenerme demasiado en eso porque creo que el corazón (de tigre) siempre le tiene que ganar a la razón. Bah, no siempre, pero al menos así debería ser cuando se nos presenta a la versión más vivaz y emocionante de Rocky Balboa, una de las leyendas más grandes en la historia de la vida y el cine.
Un puente sobre el mar A comienzos del nuevo milenio, Tom Hanks y Steven Spielberg se juntaron para llevar adelante Atrápame si Puedes (Catch Me If You Can) y La Terminal (The Terminal). El resultado es conocido: una obra maestra absoluta y una buena película, respectivamente. Ahora, a más de 10 años de aquella unión, vuelven a ponerse delante y detrás de la cámara para brindar con Puente de Espías (Bridge of Spies) otra gran propuesta. James Donovan (Hanks) es un exitoso abogado de seguros. En plena Guerra Fría, Estados Unidos atrapa a Rudolf Abel, un espía soviético. La estrategia del gobierno yankee es demostrar al mundo que Abel será enjuiciado justamente, y le encomiendan su defensa al bueno de Donovan. Lo que parecía una mera formalidad -ya que la condena de Abel se ve venir de lejos- empieza a complicarse por algunas fallas en la detención del ruso, a las que se agregan la obstinación (en el buen sentido de la palabra) de Donovan por otorgarle a su cliente todas las garantías constitucionales. La rectitud de éste le trae como premio (PONELE) mediar para la CIA el peligroso intercambio de Abel por un piloto americano derribado en suelo soviético y un estudiante injustamente detenido en Alemania. Spielberg es uno de los más grandes directores de todos los tiempos. El tipo es un animal cinematográfico y su presteza narrativa es abrumadora. Puente de Espías sigue en esa línea: el tipo jamás le erra en el relato, y ya hasta resulta obvio adularlo sobre ese apartado; aunque no por ser “obvio” hay que dejar de destacarlo. Steven Spielberg es un animal cinematográfico cuya presteza narrativa es abrumadora. Cualquier otro realizador que hubiese tenido en manos la historia de este film hubiese llevado adelante un panfleto patriótico insoportable. Por suerte Spielberg balancea la crítica/elogio hacia los bandos enfrentados (Estados Unidos vs Unión Soviética) para evitar inclinar el peso de la película hacia un fervor demasiado patriótico. Hay en Puente de Espías esa línea del Spielberg más moral y reivindicador de valores, como en Munich o Lincoln: ese Spielberg que disfruta de poner a disposición una gran película que, además de entretener, pueda dejar bien claro su visión de la historia; y que de alguna manera intenta transpolar esa visión a la actualidad. Acá pone a su protagonista (un, como casi siempre, inmenso Hanks) en situaciones límite, donde cada decisión tiene un peso sobre la conformación moral del personaje. Donovan todo el tiempo se está jugando su nombre y reputación, pero el tipo jamás deja de lado su integridad u honradez para zafar del contexto adverso en el que se va metiendo poco a poco. Puente de Espías es un film que pareciese pertenecer a otra época del cine y no a la que transcurre en estos tiempos. Es una película que camina con la tranquilidad y la conciencia de saber que está haciendo siempre lo correcto, lo que la ley y la honestidad indican; pero –ojo- sin dar lecciones ni apuntar con el dedo, sino mostrando con sabiduría que el camino hacia la paz -o el de no desencadenar una guerra- se tiene que transitar recto y por la senda que corresponde.