Mano dura, en todo sentido
Sacha Baron Cohen interpreta a un tirano en esta comedia molesta, vulgar y divertida.
Sacha Baron Cohen divide las aguas como Moisés. Pero en el caso del comediante londinense lo que queda en un margen no es idéntico a lo que hay en el otro: tiene sus defensores y sus detractores.
Con El dictador Mr. Sacha se aleja de lo que podríamos denominar su trilogía, ya había hecho tres películas ( Ali G , un rapero blanco que quiere ser negro, Borat -la única estrenada aquí en cines- y el racista Brüno ) sobre personajes que había presentado primero en la TV. El general Aladeen no tiene nada que envidiarles a sus antecesores, ya que es ofensivo, y sus insultos y menosprecios le salen con total naturalidad. Si Borat era terriblemente agraviante, Aladeen lo es a una énesima potencia.
Dictador del ficticio país de Wadiya, al Norte de Africa, Aladeen es antioccidental, antidemocrático y antisemita. Sacha Baron Cohen profesa la religión judía, por lo que nadie en su sano juicio podría tildarlo de antisemita. ¿O sí? Con el actor de La invención de Hugo Cabret (era el inspector de policía de la estación de trenes), no se sabe. Si su estilo humorístico se parece al de los hermanos Farrelly, que hoy estrenan una versión de Los tres chiflados , donde lo escatológico se mezcla con el humor más simplón, este dictador es capaz de realizar cualquier ultraje y reírse de sí mismo, de famosos -por su dormitorio en el palacio han pasado Megan Fox y... Arnold Schwarzenegger- y de la corrección política en una misma escena.
Si hay algo que Aladeen ama -además de a sí mismo- es oprimir a sus súbditos. Por eso no quiere que -nunca- la democracia impere en su tierra y cuando un complot estalla en su contra encabezado por Tahir (Ben Kingsley, que alguna vez fue Gandhi y también compañero de elenco de Sacha en La invención...
), Aladeen terminará en Nueva York para hablar ante las Naciones Unidas. Pero habiendo fracasado un intento de asesinato, descubrirá que Tahir utiliza un doble, y él se encuentra deambulando por las calles de Manhattan. Intolerable.
El dictador tiene chistes escatológicos, de índole sexual, vulgares, algo más sofisticados y diálogos que parecen salir de la boca de Zoolander, el personaje de Ben Stiller.
Si quien pone la cara y otras partes del cuerpo es Sacha Baron Cohen, no hay que quitarle el ojo a Larry Charles, el director de ésta, Borat y Brüno . El timing es esencial en un género como la comedia, y sin una dirección que siga y entienda los gags como un todo, el asunto puede derrapar. No es el caso.
Podrá gustar más o menos, resultar molesto u ordinario, pero, hoy, Sacha Baron Cohen es tan divertido como necesario.