La película de consenso
Prometo que dentro de algunos párrafos voy a analizar un poco la película, pero permítanme empezar con una digresión. Vi los 10 films nominados al Oscar y, para mi gusto, El discurso del Rey está lejos de ser la mejor. Creo que Toy Story 3, Red Social y Temple de acero son trabajos notables en lo suyo (no pueden ser más diversos entre sí) y hay un segundo pelotón de largometrajes muy atendibles aunque con algunos aspectos discutibles (El Origen, El ganador, Lazos de sangre, El cisne negro, Mi familia) y -repito: siempre dese mi opinión- una sola propuesta apenas discreta: 127 horas.
En el mundo del cine -y muy especialmente a la hora de los premios- aparece lo que se llama “la película de consenso”. He participado en varios jurados de festivales y (casi) nunca gana el mejor film (siempre según quien esto escribe) sino uno que no le molesta a ninguno de los votantes. Creo que -salvando las enormes distancias- algo parecido pasa con El discurso del Rey: es un trabajo irreprochable, con el sello del buen cine británico, con excelentes intérpretes, con un tema ganchero (y el plus de “basado en un hecho real”), sólidamente construida… y así podría continuar la enumeración. Es un perfecto crowd-pleaser y esta consideración no es un mérito menor. Pero, al mismo tiempo, me parece una película más, escasamente trascendente, efímera, pasatisa. Es un producto bien hecho y mejor vendido y, quizás por eso, capaz de conseguir el apoyo de distintos segmentos (desde el más artie hasta el más comercial). Red Social fue la gran favorita de los críticos, pero a muchos votantes de la Academia de más de 50 o sesenta y pico de años les parece algo casi snob, propio de otra generación.
Así planteadas las cosas, El discurso del Rey me parece una fábula simpática, realzada por un gran envoltorio y por el lobby feroz del inefable productor/distribuidor Harvey Weinstein, que logró convertirlo en el “gran evento” que este film claramente no es.
Sobre la historia, a esta altura, ya habrán leido mucho y por todas partes: Colin Firth interpreta a Bertie, el hijo menor del rey Jorge V (Michael Gambon), que lucha contra una tartamudez que se acrecienta hasta niveles exasperantes en situaciones de estrés. Los ojos, por lo tanto, están puestos en su hermano Eduardo VIII (Guy Pearce), un playboy dominado por su novia estadounidense y… ¡divorciada! (Eve Best). Cuando el padre muere, Eduardo es presionado para abandonar a su concubina, pero este prefiere abdicar y, por lo tanto, tenemos a un Jorge VI balbuceante en el trono de un país a punto de declararle la guerra a la Alemania nazi (el film transcurre en el período 1925-1939). Allí entran a tallar los personajes secundarios: el apoyo de su esposa Elizabeth Elizabeth (Helena Bonham Carter) y muy especialmente el de un frustrado actor australiano llamado Lionel Logue (Geoffrey Rush), que oficiará de terapeuta en más de un sentido (no sólo respecto del habla sino también de la autoestima y hasta de ciertos valores de vida).
El poder comunicacional de la radio, la relación entre la realeza y el poder político (por allí aparece un desatado Timothy Spall como Winston Churchill) y la influencia de la Iglesia surgen con algunos pincelazos de brocha gorda, pero sin dudas el eje pasa aquí por el show(-off) entre Colin Firth y Geoffrey Rush, en personajes (y actuaciones) con todos los “condimentos” oscarizables.
El film -que quede claro- no da vergüenza ajena, ya que la disminución física del protagonista no está nunca trabajada en un tono melodramático sino más bien con todas sus connotaciones cómicas. La mirada sobre la realeza británica es liviana y respetuosa a la vez, y la situación de un rey que no sabe si podrá dar un discurso clave en la historia de su país (el micrófono de la BBC parece una guillotina) está elaborada con una buena dosis de suspenso.
En definitiva, El discurso del rey es un producto eficaz, hecho con indudable pericia delante y detrás de cámara, pero está lejos de ser una obra maestra. Algunos dirán que no hace falta llegar a tanto para ganar un Oscar, pero creo que este año había otros films con mayores riesgos y alcances artísticos. En tiempos de corrección política, esta película encaja en perfectamente en el molde. El imperio del consenso.