La clase de dicción al lado del rey
Los protagonistas, Colin Firth y Geoffrey Rush, establecen una relación distante primero, marcada por la diferencia de clases, para llegar a un agradecimiento y una amistad mutua, lograda a través de un tensionante vaivén dialéctico.
Aún sin que tengamos conocimiento de la totalidad de los films nominados, y en relación con las doce categorías que ha merecido El discurso del rey, considero, desde la visión de este film, que se ha cometido una real injusticia al ubicar a sus dos actores de base en diferentes escalones. Tras la visión del film, ante un público entusiasta y conmovido, no comprendo cómo puede ser que mientras Colin Firth figura en el escalón de los actores principales, Geoffrey Rush esté en el que corresponden a los "no protagónicos" o "secundarios".
Porque, desde mi punto de vista, si algunos aspectos relevantes debo subrayar, uno de ellos es el que corresponde al de la labor compositiva de ambos, quienes van estableciendo desde una relación distante primero, marcada por la diferencia de clases y ciertos comportamientos en relación con las respuestas del futuro monarca, para llegar a un agradecimiento y una comprensión, una amistad mutua, lograda a través de un tensionante vaivén dialéctico.
Lejos de ser un film que se interna en los pasillos de la intriga política -si bien encontramos algunos apuntes sobre el período que va desde mediados de los años 20 hasta los días de la Segunda Guerra-, El discurso del rey, como su título así lo indica, nos ubica en las esferas de una situación de aprendizaje, que se va escenificando desde una puesta que no oculta su planteo teatral y que lleva a la palabra a un primer plano expresivo.
Film de caracteres, que registra un devenir de tiempo desde espacios cerrados, que no apuesta a la espectacularidad de la reconstrucción de ciertos films de época, el film de Tom Hooper, realizador igualmente de la miniserie Elizabeth con Jeremy Irons y Helen Mirren, va señalando y arrojando reflejos sobre los vínculos familiares en el mundo cerrado del rey Jorge V, su callada esposa (personaje a cargo de la olvidada Claire Bloom) y la marcada asimetría de los jóvenes herederos. Avanzado el relato, su director no omite hacer mención a ciertos pactos y alianzas, intereses económicos y políticos, a propósito de cómo se va manifestando el nuevo escenario europeo desde las acciones del nazismo. Desde la situación de época, El discurso del rey marca un puente con el eximio film de James Ivory, Lo que queda del día, film de 1993 en el que Anthony Hopkins logró una de sus más recordadas composiciones.
Cabe destacar que los principales momentos del film se subrayan musicalmente con composiciones de Beethoven, Mozart, Bach, entre ellos, y son ellos, en su mayor parte, los que se juegan en el consultorio del logopeda (o bien fonoaudiólogo) Lionel Logue, rol que está interpretado magistralmente por el actor de Claroscuro, Letras prohibidas, entre otros, tal como esa recreación de la vida del genial Peter Sellers. Nos referimos a Geoffrey Rush, quien deberá actuar numerosos roles, desde su condición de actor shakesperiano, frente a los reclamos de un tal señor Johnson y señora; nombres que enmascaran a estos personajes de la realeza.
En la puesta en escena de este aprendizaje, que llevará a la superación del duque de York, quien nos es mostrado en el prólogo del film en una situación amenazante, ya que deberá cerrar el festejo de la exposición del reino británico ante las numerosas colonias y la sociedad inglesa, desde un discurso balbuceante, transmitido por cadena radial, ambos personajes, el que asumen Colin Firth y Geoffrey Rush establecen, primero, un duelo compositivo que se irá transformando en un vínculo de entendimiento.
El tratamiento de los espacios adquiere en El discurso del rey un valor relevante y más aún si tenemos en cuenta que no será el vagar por los pasillos reales lo que el director enfatiza; sino más bien el humilde y casi despojado ámbito del departamento en el que habita su maestro y guía. Los diferentes acercamientos y alejamientos de la cámara van señalando el transcurrir de los ejercicios, en escenas que van marcando el esfuerzo, cierto tono paródico en algunos casos, y la presencia de la mujer del duque de York, quien pasará a ocupar el sitial real luego de la abdicación de su hermano Eduardo, por estar junto a Wally Simpson, mujer muy cuestionada.
Desde su inicial tartamudez y temor, el duque de York logrará asistir a la apertura de otras formas de entender a los de su alrededor, que se va alejando cada vez más de los mandatos de su padre, el rey Jorge V, rol que está a cargo del actor de carácter Michael Gambon.
Son los juegos, los cantos, los movimientos corporales, los que el logopeda indicará para su tan particular alumno. Desde una metodología nada convencional (basta comparar con la primera secuencia), el duque de York podrá llegar a reconocer propia autoestima y en este sentido es admirable el enfrentamiento que tiene en el interior de la propia abadía de Westminster (lugar en el que transcurre el film de Peter Glenville, Becket) con el Arzobispo Lang, personaje que asume el notable Derek Jacobi, quien veinte años atrás compuso a Francis Bacon en El amor es el diablo.
Considero que ha sido todo un acierto por parte de su guionista y de su realizador pensar el acto celebratorio de la coronación del nuevo rey no ya en el mismo lugar y en el mismo día, sino a través de una transmisión televisiva que la familia real observa en su propia morada. Como también ubicar en primerísimo primer plano al micrófono, destacándose, o en tal caso, enmarcando a la voz humana. Y, como postdata, sugiero al lector que preste particular atención al último plano del film, a la última imagen.