La vida privada real
Estamos ante una clásica película británica de actores, en la que las interpretaciones están antes que todo.
¿Qué atrae tanto de las historias de la monarquía europea? ¿El magnetismo amarillista que despierta la estirpe real, la fundición de vida privada y pública, el determinismo que pesa sobre sus figuras desde que nacen? Como tantos otros filmes sobre la corona inglesa (La reina, el último), El discurso del rey aprovecha cada una de esas mechas para retratar a Jorge VI, el rey tartamudo.
“Hablemos de cualquier tema, excepto de mi vida privada”, advierte el joven Albert (Colin Firth) a su nuevo lingüista (Geoffrey Rush), un actor australiano con el que comienza un tratamiento para superar su tartamudez. Pero, con el tiempo, el método tendrá más de psicoanálisis que de fonoaudiología, y Rush irá develando la infancia del futuro rey, sus miedos, fantasmas e inseguridades.
Estamos ante una clásica película británica de actores, en la que las interpretaciones están antes que todo. Firth se desliza con naturalidad en la piel del monarca y logra darle los matices justos: parco, introvertido, frágil, irascible, infantil. Se destaca su trabajo preciso para emular la dicción entrecortada, incluso la gestualidad adquirida para que las palabras se acumulen detrás de su boca. Geoffrey Rush acompaña con una interpretación moderada y austera, como Helena Bonham Carter.
La historia pone el acento en la amistad entre rey y terapeuta, en la superación personal de un hombre público, en los privilegios que condenan una vida de reyes. También se alude a los cambios políticos y mediáticos de la preguerra como contexto. Con el peso en actuaciones bien dirigidas, el filme empieza su carrera al Oscar. Quizá las nominaciones sean demasiadas y generen falsas expectativas. Mejor dejarlas en casa e ir a ver un filme bien logrado, bien inglés y bien convencional.