Monsier poli-ladron
Eugène Francois Vidocq es una personalidad mítica de la cultura francesa del Siglo XIX. El hombre contemporáneo de Napoleón Bonaparte vivió un vida de lo más variopinta: de niño pobre a ladrón callejero, veterano de guerra, preso con múltiples escapes en su haber, colaborador de la policía parisina y promotor del estudio de la criminología. Tranqui lo de Vidocq.
Vincent Cassel se pone en la piel del mito galo y en su tercera colaboración con el director Jean-François Richet trae a la pantalla grande El emperador de París (L’Empereur de Paris, 2018), un recorte biográfico bastante particular del sujeto en cuestión.
En un repaso de casi dos horas de duración, la cinta se concentra en el último gran escape de prisión de Vidocq, su posterior regreso a París, su colaboración con la policía local para atrapar a los criminales más peligrosos de la ciudad y el consecuente enfrentamiento con sus “ex-colegas” del ramo, por así decirle.
Hay un interesante trabajo de reconstrucción de época, con el ojo puesto en cada detalle, rescatando la tozudez de Richet al negarse a filmar en otro lugar que no se encuentre dentro de los dominios parisinos. Cassel es tan efectivo como podemos esperar de él, dando su impronta a Vidocq, añadiendo ese toque áspero que suelen tener la mayoría de sus personajes.
Hay algo en el tono de la relato que se presta a confusión: en algunos momentos parece un melodrama histórico, en otros un thiller de acción y suspenso encorsetado en el 1800, y por momentos un spin-off salido de algún guión rechazado de las Sherlock Holmes de Guy Ritchie. Hay una intención marcada de pintar a nuestro personaje principal como una suerte de héroe de acción de la antigüedad, el que protege a las damiselas en aprietos, atrapa a los malos y lo único que exige a cambio es vivir tranquilo.
Claro que para un hombre con el prontuario de Vidocq esto último resulta una aspiración casi imposible, ya que a la vuelta de cada esquina se esconde algún personaje de su pasado, ese pasado que parece imposible de esquivar, el mismo que se vuelve fundamental dentro de la trama de El emperador de París. Lo problemático es ese fino límite que divide lo netamente autobiográfico de aquello pensado para entretener desde el punto de vista cinematográfico. El verosímil se topa con varios problemas al tratar de conciliar ambas posiciones.
Con una narración que por momentos pierde el norte en medio de una evidente sobreabundancia de tramas y conflictos, El emperador de París resulta un ensayo con resultados dispares, buscando dar un tinte dinámico más propio de género de Acción a una historia que parece nunca terminar de amoldarse a ese ritmo, pero por suerte Cassel y el diseño de arte logran disimularlo bastante.