Jean-François Richet, ganador del César al mejor director por L’instinct de mort (2008) tiene en su actor fetiche Vincent Cassel al mejor protagonista que pudo elegir en El emperador de París.
Richet es lo que podríamos denominar un director ecléctico, capaz de saltar de la comedia al drama, pero donde mejor se nota que se siente es en el campo del thriller y el cine de acción (la remake de Asalto al Precinto 13, la de Carpenter; Blood Father, con Mel Gibson). Y los mejores momentos de El emperador de París son aquellos en los que las peleas, las luchas cuerpo a cuerpo, a arma blanca limpia (o ensangrentada, bah) tienen un realismo inusitado y evidente.
El protagonista es Eugène-François Vidocq, que si fue “el gran artista del escape”, fugándose de varias prisiones luego de cometer actos delictivos, terminó sirviendo a las fuerzas policiales y siendo luego él mismo como primer director de la Sûreté Nationale.
El momento en que transcurre la película es particularmente convulsionado: arranca en 1805 y sigue durante el tiempo del emperador Napoleón.
Y como menciona alguien, casi al pasar, “lo importante es sobrevivir. Los vivos tienen la última palabra”.
Es extraño que El emperador de París sea presentada como una película “de aventuras” cuando el protagonista existió y lo que vivió fueron más que andanzas. Lo cierto es que llegado un momento Vidocq es acusado de un asesinato que no cometió. Y arregla con la policía: si bien “no ser culpable no significa ser inocente”, como le dice en la cara el inspector Henry (Patrick Chesnais), y él se transformará en un infiltrado y buscará a quienes mataron a Flandrin. El precio que pide es el de la amnistía.
Han pasado unos años entre 1805 y el nuevo presente del filme, y sí, es el pasado que vuelve, con una red criminal puesta en jaque por Vidocq, con Maillard (Denis Lavant, el de Bella tarea, Mala sangre y Los amantes del Pont-Neuf), un viejo conocido, entre otros, pidiendo la cabeza del protagonista. Y más malvivientes, y amantes (Freya Mavor) y baronesas (Olga Kurylenko).
Es tan rico el personaje que luego Victor Hugo se basaría en él para crear a Jean Valjean y el inspector Javert en Los Miserables. Pero ésa es otra historia, aunque la que cuenta El emperador de París sea igualmente atrapante.