NUNCA IGUALES
Desde su título, la película de Manuel Nieto Zas representa un duelo de clases evidente entre el que tiene el poder y el que acata las órdenes. Es cierto que se trata apenas de dos palabras, “empleado” y “patrón”, y que no habría en sí mismo un conflicto: mayormente todos somos empleados de alguien y no necesariamente los vínculos se dan de manera nociva. Pero el ambiente rural en el que la película se enmarca y la connotación que esas palabras tienen nos lleva a pensar en un mundo de injusticias y diferencias ancestrales, un sistema que se ha mantenido inamovible por décadas y que parece no tener margen para modificaciones entre clases, expresado entre el paternalismo y el sometimiento. Consciente de todo esto, Nieto Zas utiliza los prejuicios del espectador para construir una historia donde esa lucha de clases está latente, pero donde algunos personajes parecen querer modificar las estructuras. El aire trágico del relato, por cierto, señala que los caminos son inmodificables.
En primera instancia la película parece sostenerse exclusivamente desde el punto de vista de Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart), un joven que administra los campos de su padre en la zona fronteriza entre Uruguay y Brasil. Su relación con ese entorno y el vínculo con su esposa, que es crítico por ciertas desavenencias pero también por la débil salud de su hijo recién nacido, luego encuentra un espejo en Carlos, el joven empleado que contrata para manejar los tractores en el campo: otra pareja, de una clase social muy humilde, que atraviesa conflictos similares pero que no tiene las mismas herramientas para enfrentarlas. A partir de ahí la película es un relato bifronte, que registra con las herramientas del cine observacional un crescendo de tensiones cercano al thriller social. Esa duplicidad no busca una lavada de cara culposa, sino que Nieto Zas entiende que ese mundo se construye como ese rompecabezas de clase.
Hay algo interesante en El empleado y el patrón, que a pesar de apostar desde su título a un conflicto que es casi cultural, en verdad elude lo más que puede ciertos subrayados de un cine más didáctico, con patrones malos-malos y empleados buenos-buenos. Si algo lo mueve al director uruguayo es la construcción de personajes que parecen querer modificar las estructuras desde adentro, sin caer en la mirada voluntarista o biempensante. Porque tanto Rodrigo como Carlos representan opuestos que desde la actitud tal vez quieran confiar y salir de ese círculo vicioso de poderosos y mano de obra sacrificada (nunca lo sabremos, ni tampoco sabremos las verdaderas intenciones, por qué hacen lo que hacen). El guion va involucrando, a medida que avanza, más detalles que ponen en juego tanto los lugares desde los que los personajes se posicionan como los que los espectadores utilizan para juzgar lo que ven. Es verdad que por momentos, en su búsqueda de incomodar y romper con diversos esquemas, la película cede a situaciones innecesariamente subrayadas (como lo que ocurre entre las esposas de Rodrigo y Carlos, los dos personajes más ingratos de la película), pero hacia el final encuentra en una competencia equina una forma casi deportiva de dirimir sus conflictos. Nuevamente con claridad respecto de quién tiene el poder y quién paga las consecuencias. Y por más que Rodrigo y Carlos, sin decirlo, piensen en otro tipo de vínculos, El empleado y el patrón terminará confirmando la imposibilidad de determinados ascensos y cruces sociales. No es un final cínico, porque Manuel Nieto Zas se toma su tiempo y construye el drama de una manera que todo desemboca allí de forma lógica.