Excelencia en guión y labor interpretativa destaca esta realización cálida y reflexiva
Este filme se va a colocar como de lo mejor del año, adaptación un tanto libre, según reza en los títulos, de la novela “La Elegancia del erizo” de Muriel Barbery.
La protagonista es Paloma, interpretada por Garance Le Guillermic (una actriz a tener en cuenta), una niña de 11 años hija de una familia de alto poder adquisitivo y miembros de la elite parisina, cuyo padre es un insípido ministro del gobierno, y su madre toda una superficial “dama de esa sociedad”. Tiene una hermana adolescente que solamente se preocupa por su apariencia externa. Paloma es la “diferente” de esta familia rayana casi en lo disfuncional. La niña tiene una mirada escéptica de la sociedad, crítica en cuánto al comportamiento de su familia, y una actitud casi anarquista frente a la vida y el mundo.
Tiene decidido no llegar a cumplir los 12 años, pero quiere dejar como testamento y testimonio de su decisión la pregunta sobre el sentido de la vida, y el registro lo hará con su cámara digital minidv que será su soporte tecnológico. Este dato, nos pone de lleno en el punto de vista que utilizará la directora para contarnos esta historia. Todo será desde la mirada de esta niña más cercana a Mafalda que a Susanita.
Un buen día llega al edificio como nuevo dueño Kakuro Ozu (cualquier relación con Yasujiro Ozu -1903-1963-, autor de “Había un padre”, 1942, y “Cuentos de Tokio”, 1953, parece un homenaje, ¿no?), interpretado por Togo Igawa, un viudo japonés con toda su cultura a cuestas, que entabla relación con la encargada del edificio, la señora Renee Michel, (Josiane Balasko) viuda, parisina, huraña, discreta, inteligente y excesivamente misantropa, en apariencia.
Único testigo de este encuentro es Paloma, quien hasta ese momento no se había acercado demasiado a la encargada, ni siquiera como curiosidad. Este acercamiento le permite a Paloma descubrir a la persona detrás de la mascara.
Pero no sólo el punto de vista de la niña se pone en juego, la directora hace jugar la fantasía de la niña en pos de un desarrollo narrativo, que agiliza el texto fílmico, intercalando estas miradas utilizando la técnica de la animación para los momentos de fantasía.
Uno de los puntos altos de la realización serían los diálogos entre los viudos, escuetos, necesarios, por momentos demasiado lacónicos, que funcionarían en este sentido como otro homenaje, pero al filme “Bajo los techos de Paris” (1930), del realizador francés Rene Clair (1898-1981).
El más bajo estaría en la previsibilidad de los sucesos, situación que ni importa a esta altura y no empaña el resultado final de la producción.
Sustentado por lo anteriormente dicho, el guión y una puesta en escena impecables, como así también, por las actuaciones de los protagonistas, que están en el orden de lo maravilloso.