Un ángel en mi mesa
El tema del paso de un ángel, o del extraño que llega para transmutar la vida de los personajes en un micromundo es un tópico recurrente en el cine. Tal vez la película más emblemática que lo trate sea Teorema (1968), de Pier Paolo Pasolini, pero desde Boudou salvado de las aguas (Jean Renoir, 1932), vuelve bajo uno y otro aspecto.
La joven directora Mona Achache se inspiró en la muy exitosa novela La elegancia del erizo, de Muriel Barbery, para su primer largometraje. El recién llegado es el señor Ozu (Togo Ogawa), un japonés que viene a habitar un enorme departamento en un edificio elegante de París. Allí vive una niña de 11 años, sumamente perspicaz, sensible e inteligente, hija de una familia de ricos neuróticos con los cuales no tiene comunicación alguna.
Paloma (excelente debutante Garance Le Guillermic) resulta demasiado lúcida y cínica para su edad: obsesionada con la cámara, filma a su familia mientras emite los juicios más agudos y lacerantes sobre padres, hermana y todo su entorno. Decepcionada de la vida, le ha puesto fecha de vencimiento. La única persona que zafa de su juicio condenatorio es la encargada -portera o concièrge- del edificio, el erizo del título. Madame Michel no es lo que quiere parecer, y a juicio de Paloma, oculta algo. De otra manera, no se explica que esa mujer hirsuta, deteriorada y malhumorada tome el té de una exquisita tetera oriental mientras lee Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki, un ensayo sobre arte japonés, y come delicadamente tabletas de chocolate amargo en su pequeño departamento de la portería, donde atesora una muy nutrida biblioteca. “Ha encontrado el escondite perfecto”, le dice la mocosa, con expresión cómplice. Esas son las vidas que serán tocadas por el señor Ozu, el único que tiene ojos para percibir la sensibilidad de esas dos almas, y catalizará sendas metamorfosis.
La veterana actriz y también directora Josiane Balasko es el punto más alto del este film lleno de buenas intenciones, pero no siempre traducidas en buen cine y que, entre otros, llega con un premio de la crítica internacional FIPRESCI. Y hablando de veteranas: Ariane Ascaride tiene un secundario como la doméstica del edificio. Reflexión sobre los prejuicios, las clases sociales, las apariencias y el secreto, todo transcurre en ese edificio que parece albergar la sociedad misma, vista a través de los ojos de la niña y la mujer. Pero también se aborda la dificultad en las relaciones: las de la niña con sus padres, las de la mujer con su prójimo. Y aquí es donde El encanto del erizo deriva hacia cierto reblandecimiento que no lo beneficia, con una pintura de personajes que cae en la caricatura. Sin embargo, este film amable y algo superficial tiene elementos que garantizan la aprobación del gran público.
Por último, El encanto del erizo resulta una suerte de pálido homenaje a Yasujiro Ozu, no sólo por el nombre del personaje sino también porque se ven fragmentos de su gran obra Las hermanas Munakata.