La niña y la portera
Bellísimo filme francés acerca de todo aquello que no se ve, pero está, en las almas sensibles.
El psicoanálisis compite con la religión en su amor al sufrimiento“. Tamaña afirmación no proviene de un erudito en la materia, ni siquiera alguien cercano a la filosofía. Ni siquiera de una persona adulta, aunque sí: los comentarios de Paloma (11 años) asombran por su sencillez, su grado de agudeza... y su sinceridad.
La niña precoz que protagoniza El encanto del erizo , opera prima de Mona Achache, sabe lo que quiere, y lo que no quiere. Apenas abre el filme, el espectador descubre, como en un diario íntimo, lo que sus padres y hermana mayor desconocen: cuando termine el curso del año escolar, Paloma planea suicidarse.
El mundo visto desde la mirada de una niña en esa edad tan particular en que no se es chico pero tampoco adolescente, allí transcurre el grueso del relato, hasta que la directora pegue un aparente volantazo y deje a la portera del edificio en el que la familia, rica, de Paloma habita, y un nuevo inquilino, el japonés Kakuro Ozu.
“Todas las familias felices se parecen, pero todas las familias infelices son diferentes”, dice Ozu, que -se aclara en el filme- no tiene parentesco con el mítico realizador.
Mientras Paloma desea no acabar “como un pez en una pecera, con la que los adultos chocan contra su vidrio como moscas”, la señora Michel (para Paloma luego será Renée, algo huraña, sí, inicia una relación de amistad que vaya a saber en qué desembocará con el Sr. Ozu.
“La señora Michel me recuerda a un erizo: por fuera llena de espinas, pero creo que por dentro es refinada, solitaria”, se dice a sí misma Paloma. La película sabe elegir la manera en que los personajes se comunican, cómo alguien que en apariencia parece invisible, está, vive, sufre. ¿Paloma será una Renée en su adultez? ¿Cuánto más podrá soportar su corazoncito tamañas angustias referidas al amor, la muerte y la vida? Aquella temprana referencia al psicoanálisis no es más que una pose de la niña. Que muchos adultos se valgan de lo mismo para creer y hacerse creer superiores es, en definitiva, la pantalla sobre el que El encanto del erizo descansa gran parte de su preciso encanto. Josiane Balasko y la pequeña Garance le Guillermic son los dos mejores motivos para arrojarse de cabeza en el filme.