Juan Sasiaín (La Tigra, Chaco, Choele, Traslasierra) y Ezequiel Troncoso dirigen El encanto que no es otra cosa que un drama romántico sobre la relación de una pareja que, luego de ocho años de armónica convivencia, empieza a resquebrajarse ante la imposibilidad del protagonista de asumir la paternidad.
A Bruno (Ezequiel Troncoso) le cuesta decidirse, arriesgarse, animarse a lo desconocido, en este caso, hacerse cargo de ser padre. Por eso, en el filme, Bruno siempre está yéndose o llegando, pero constantemente en una deriva que no lo fije en un lugar determinado durante demasiado tiempo. Quiso ser músico de rock, pero no pudo lograrlo. Sin embargo, ha llegado a consolidar una pareja estable, y a establecerse como enólogo al frente de una exclusiva vinería donde transcurre su vida diaria junto a una atractiva y joven empleada (Yamila Saud).
Juliana (Mónica Antonópulos) por otra parte, es una famosa chef y conductora de un programa de cocina, opera como una especie de fuente nutricia dentro de la relación de pareja. Ella lo acompaña, lo nutre y lo contiene. Pero quiere algo más. Ser madre. Y en este punto, la armonía de la atmósfera tan liviana como flotante que se nos presentó en un principio empieza a pesar y a desgastar los cimientos de la pareja.
Bruno, a pesar de su edad, se comporta como un adolescente que se mueve entre la indolencia, la indecisión, la apatía y la falta de compromiso. Teme perder su libertad frente a la responsabilidad que conlleva la llegada de un hijo. Por eso prefiere dejarse llevar en un momento por la atracción que siente por su seductora asistente, o buscando consejo con un padre (Boy Olmi) más que consistente y bien plantado, que en medio de una escena conmovedora le dirá que la paternidad te ensancha…
EL AMADO Y EL AMANTE
En la dinámica de pareja que se da entre el amante y el amado, en ciertos momentos cruciales, no se da la reciprocidad anhelada. No podría darse, ya que en el mismo instante en que el amante ama al amado, este último se retira o se diluye dejando así de reciprocar. Y en esta danza de fugas y retornos, de exigencias y abandonos, los roles amante amado se irán alternando en un juego intermitente de cierto hedonismo entre los placeres de la mesa, la bebida y la comida, y los de la cama, tanto en el espacio privado como en el espacio público que serán narrados fluidamente con cuidados planos secuencias. Y es precisamente esa alternancia de cercanía y distancia la que dará cierta tensión a la historia, planteada como una dinámica lúdica en ese juego de avance y retroceso, como un medio para ir erosionando las distancias y como un modo de introducción al acto sexual, es decir al reencuentro tan esperado o bien al desencuentro final y definitivo.
En última instancia el desenlace quedará en suspenso hasta que alguno alcance quizá la madurez necesaria y la responsabilidad para tomar una decisión tan fundamental como la de tener un hijo, o hacerse cargo de un amor que ha logrado construir y consolidar durante tanto tiempo.
Por Gabriela Mársico
@GabrielaMarsico